51.

Jueves, 29 de julio de 1915

ELFRIEDE KUHR PERCIBE UN CANTO NOCTURNO EN SCHNEIDEMÜHL

Aire cálido. Oscuridad. Una noche de finales de verano. Sin saber por qué, se despierta. ¿Será por el brillante claro de luna? Debido al sofocante calor duerme en un diván fuera en la galería. Todo está en silencio, un silencio total. Lo único que se oye es el reconfortante tictac del reloj de caja de la sala de estar. De repente, proveniente de la estación de ferrocarril próxima a su casa, Elfriede oye el canto, débil pero armonioso, de unas voces. Agudiza los oídos, no reconoce la melodía pero intenta captar las palabras. Oye que cada vez son más las voces que cantan. La canción aumenta de volumen: «Es ist bestimmt in Gottes Rat, dass man vom Liebsten, das man hat, muss scheiden[99]».

El canto se va elevando con fuerza creciente, la entonación cada vez más clara asciende hacia el cielo estrellado, mientras que ella, en cambio, se hunde por momentos, cada vez más y más hondo. Siempre dejamos la niñez a regañadientes y por etapas, y Elfriede, en estos instantes, acaba de hacer un descubrimiento a los que un niño nunca se sobrepone del todo, y que luego, en la edad adulta, siempre lamenta. Por eso ahora ella se acurruca en su diván y llora:

¿Por qué cantaban los soldados de esa manera en mitad de la noche? ¿Por qué esa canción, precisamente? No era ninguna canción de soldados. Pero ¿realmente eran soldados los que cantaban? Tal vez lo que pasó es que llegó a nuestra ciudad un transporte del ejército con los ataúdes de los caídos. ¿Había madres y padres, viudas, huérfanos y novias en aquel tren? ¿Lloraban como lo hago yo?

Luego oye ruidos en el dormitorio de su abuela, los de alguien que se está sonando. Elfriede se levanta, va de puntillas hasta allí y dice suplicante: «¿Puedo meterme un ratito en tu cama?». Al principio la abuela vacila, pero después levanta la colcha: «¡Va, entra!». Elfriede se acuesta entre los brazos de su abuela, hunde la cabeza en su pecho y solloza. La abuela presiona su frente contra el pelo de Elfriede, quien nota que aquélla también llora.

Ninguna de las dos explica sus motivos, no se dan excusas ni se hacen preguntas.