Miércoles, 14 de julio de 1915
MICHEL CORDAY CELEBRA LA FIESTA NACIONAL EN PARÍS
Es un encapotado día de verano, pero de vez en cuando los rayos del sol atraviesan las nubes. Michel Corday anota en su diario:
Muchedumbres silenciosas. Hombres heridos, algunos con miembros amputados, soldados de permiso vistiendo descoloridos gabanes. Hay tantos postulantes como espectadores, y lo que piden son ayudas para distintos fines benéficos. Los regimientos pasan desfilando con sus bandas de música. Y pensar que todos estos hombres van de camino al matadero.
En la Place de l’Étoile ve llegar al ministro de Asuntos Exteriores Delcassé en un automóvil descapotado. Delcassé es tal vez quien más se ha esforzado para conseguir que Italia se sume a la contienda, y parece evidente que espera ser recibido con aclamaciones y vivas[98]. Sin embargo, la muchedumbre sigue silenciosa. Corday interpreta su silencio como una protesta inconsciente contra la guerra, pero al mismo tiempo sospecha que, de haber alguna victoria que ostentar, ahora se verían entusiastas muestras de júbilo. (Uno de los camareros del ministerio descubrió hace un tiempo que los banderines que marcan la línea del frente en el mapa bélico de la oficina tenían telarañas). En el aire suenan los acordes de La Marsellesa, y pobre de aquel que no se quite el sombrero. Arriba en el cielo pasan zumbando los aeroplanos.
Habla el presidente Poincaré. Una vez más, ofrece un discurso agresivo, sensiblero y lleno de tópicos altisonantes sobre que hay que luchar «hasta el amargo final». (La cargada retórica de Poincaré es notoria. En mayo se publicó un artículo con su firma y muchos, debido a la gran banalidad del texto, lo tomaron por una parodia; sin embargo, resultó ser auténtico). El presidente señala la finalidad suprema de esta guerra, a saber, «eliminar esa pesadilla que suponen los delirios de grandeza alemanes». Corday: «Implícitamente, se advierte el aciago resultado que conllevaría una paz unilateral. En ese caso está sentenciando a nuestro país a una lucha tan prolongada que bien pudiera ser mortal».
Por una vez, también en París casi se nota que hay una guerra. Casi.