5.

Miércoles, 2 de septiembre de 1914

ANDREI LOBANOV-ROSTOVSKI OBSERVA UN ECLIPSE DE SOL EN MOKOTOV

Ahora les toca a ellos entrar en acción. Los informes son contradictorios. Arriba, en la Prusia Oriental, algo parece haber ido decididamente mal con la invasión rusa. Por lo visto, el ejército de Rennenkampf se bate en retirada y el de Samsonov se está dando a la fuga. Cuesta creer que sea verdad. Abajo en la región de Galitzia las cosas parecen irles mejor a las tropas invasoras rusas. Lemberg caerá cualquier día de éstos. Pero aunque los refuerzos se necesitarían arriba en el norte, contra los alemanes más que contra los austríacos en Galitzia, es al frente sur a donde destinan a la brigada de tiradores de Lobanov-Rostovski. Deberán tomar parte del hostigamiento de las ya fugitivas divisiones austrohúngaras en las inmediaciones de la frontera polaca[8].

En estos momentos están de reserva en Varsovia, acampados en un gran campo en Mokotov. Andrei Lobanov-Rostovski es zapador[9] del ejército ruso y teniente de la guardia, grado obtenido más por su linaje que por inclinación propia, pues se trata de un sensible y bibliófilo joven de 22 años, lector incansable no solo de novelas francesas sino también de libros de historia. Lobanov-Rostovski posee una buena formación (ha estudiado derecho en Petrogrado y también en Niza y en París), tiene un carácter con tendencia a la angustia y una complexión no muy robusta. El padre es diplomático.

El estallido de la guerra fue para él una experiencia extraña. A cada rato libre se lanzaba a la calle para unirse al resto de la exaltada muchedumbre que se agolpaba frente a las oficinas de los periódicos y allí leer los titulares y los telegramas expuestos. La exaltación alcanzó su punto culminante con la noticia de que Belgrado había sido bombardeada, formándose espontáneas manifestaciones en apoyo de la guerra en las mismas calles por las que tan solo hacía unos días se habían visto pasar espontáneas columnas de huelguistas. Lobanov-Rostovski fue testigo de cómo la masa detenía tranvías y sacaba a los oficiales de su interior para mantearlos entre vítores; y recuerda especialmente al obrero borracho que se abrazó a un oficial que pasaba por allí y le plantó un beso, provocando las carcajadas de todo el mundo. Agosto ha sido un mes polvoriento de calor excepcional, y pese a que él, como los demás oficiales, ha realizado las largas marchas a lomos de un caballo, una insolación casi lo tumba.

Todavía no ha tomado parte de un combate propiamente dicho. Lo peor que ha visto hasta la fecha tuvo lugar hace un tiempo, cuando se acantonaron en una pequeña ciudad polaca y se produjo un gran incendio a raíz del cual los soldados movilizados, delirantes de excitación y de temor a los espías, mataron a ocho judíos so pretexto de que éstos intentaban impedir la extinción del fuego[10]. En general ha reinado un clima de nerviosismo.

A las dos la brigada al completo está formando en el campo, frente a la masa de pequeñas tiendas. Es hora de la misa, y en mitad del oficio sucede algo extraño. El sol, ya turbio por la calima, brilla a media luz. Al alzar la vista comprenden lo que pasa: eclipse parcial. A la mayoría les da cierta grima, mientras que a los soldados más supersticiosos el fenómeno les causa «una fuerte impresión».

Inmediatamente después de acabada la misa se procede a desmontar el campamento. Todas las unidades de la brigada empiezan a cargar el tren que espera. Como es habitual, la operación dura más de lo calculado. Cuando le toca el turno a la unidad de Lobanov-Rostovski ya es de noche. Y no es que la cosa se acelere tras tenerlo todo cargado. El tren avanza por la oscuridad rumbo al sur con una apabullante falta de empuje. Éste es el denominador común de todos los viajes en tren del año 1914: la lentitud. En ocasiones los vagones llenos de soldados se desplazan a la misma velocidad que la de un ciclista[11].

Las líneas ferroviarias rebosan de trenes, trenes que durante esta fase de la guerra a menudo se desplazan en una misma dirección y con un solo objetivo: ir hacia delante. Hacia el frente[12].

No es la primera vez que Lobanov-Rostovski se encuentra atrapado en una línea de ferrocarril en la que los convoyes con tropas avanzan literalmente en fila india. Para desplazarse veinticinco kilómetros tardan veinticuatro horas. El rítmico traqueteo del tren es extraordinariamente lento. Habría sido bastante más rápido ir a paso de marcha, pero las órdenes son órdenes.

Este mismo día, el 2 de septiembre, Herbert Sulzbach anota en su diario:

Diana a las 3.45 horas; después una misa solemne y a las 8.00 horas la largamente anhelada partida tras apenas cuatro semanas de instrucción militar. Somos los primeros de entre el puñado de voluntarios que llegarán al frente. Embarcamos en la estación de mercancías y una extraña sensación me sobrevino, era una mezcla de felicidad, exaltación, orgullo, la emoción de las despedidas y la conciencia de la importancia del momento. Éramos tres baterías y desfilamos en formación cerrada por la ciudad entre los vítores de sus habitantes.