Sábado, 3 de abril de 1915
HARVEY CUSHING HACE UNA LISTA DE CASOS
INTERESANTES EN UN HOSPITAL MILITAR DE PARÍS
Gris, negro y rojo. Ésos eran los colores que constantemente tenía ante los ojos mientras él y sus colegas, hace dos días, iban en autobús desde la Gare d’Orléans, cruzando el río y pasando por la Place de la Concorde, en dirección al hospital que les aguardaba en las afueras, en Neuilly. Con curiosidad o incluso avidez, sus ojos habían ido barriendo las calles. Grises eran todos los vehículos militares, pintados siempre en el mismo invariable matiz: coches de Estados Mayores, ambulancias, carros blindados; el negro pertenecía a las muchas personas de luto: «Todo aquel que no va de uniforme parece vestir de negro»; de color rojo eran los pantalones de los militares y las cruces de las ambulancias y los hospitales. Su nombre es Harvey Cushing, médico americano de Boston, y ha venido a Francia para estudiar cirugía bélica. Dentro de unos días cumplirá 46 años.
Este día Cushing se encuentra en el Lycée Pasteur de París, o como se lo denomina ahora: Ambulance Américaine[61]. Es un hospital militar privado, puesto en marcha al declararse la guerra por unos emprendedores americanos afincados en Francia y financiado mediante distintas colectas. Los que trabajan allí son principalmente ciudadanos estadounidenses, voluntarios de las facultades de medicina de diversas universidades que están de servicio durante periodos de tres meses. Algunos han venido por motivos puramente idealistas, otros, como Cushing, más que nada por interés profesional: aquí tiene la oportunidad de tratar un tipo de heridas que casi nunca se dan en su país, tan neutral y tan aislado de la política mundial. Y siendo Harvey Cushing neurocirujano, muy hábil además[62], espera encontrar mucho que ver y que aprender en la Francia en guerra. De hecho, no ha tomado un partido muy definido en lo referente a la misma. Siendo un hombre sensato y culto, la atención que presta a los numerosos, vivos y muy detallados relatos de terror sobre cómo son los alemanes y lo que hacen y han llegado a hacer, reviste una irónica incredulidad. Cree estar en situación de calar todo lo que destila huero patetismo. Harvey Cushing es rubio, bajito y delgado. Al mirar entorna los ojos, escudriñadores, y tiene la boca pequeña y fina. Da la impresión de ser un hombre acostumbrado a salirse con la suya.
Ayer, Viernes Santo, fue su primer día de trabajo en el hospital. Y Cushing ya se ha empezado a formar una idea de lo que supone su labor. Visitó a los heridos, con frecuencia hombres pacientes y taciturnos, de cuerpos rotos y deformados y laceraciones infectadas que tardarán mucho en curarse. Lo que se extirpa de estas heridas no son solo balas y fragmentos de metralla, sino también lo que en lenguaje técnico se denominan proyectiles secundarios: pedazos de ropa, piedras, trozos de madera, cascos de cartucho, detalles del equipo, fragmentos anatómicos de otras personas. Ya ha detectado algunos de los problemas principales. Primeramente: la gran cantidad de soldados con pies doloridos, azulados, congelados y prácticamente inservibles que, al parecer, son la consecuencia de pasar día tras día de pie en un lodazal de agua helada —el término «pie de trinchera» todavía no se ha acuñado—. En segundo lugar: los simuladores y los que por vergüenza o por vanidad exageran sus males. Por añadidura: «la cirugía de souvenir», el hecho de extirpar, mediante intervenciones quirúrgicas no carentes de riesgo, proyectiles que en realidad podrían haberse dejado incrustados en los cuerpos de los heridos, pero a quienes se opera, entre otras cosas, porque los heridos mismos desean que les saquen la bala o el fragmento de metralla a fin de ostentarlo con orgullo, como un trofeo. Cushing sacude la cabeza.
Hoy es Sábado Santo. El tiempo frío pero despejado de los últimos días ha dado paso a una lluvia pertinaz.
Cushing dedica la mañana a recorrer las salas medio llenas y a hacer una lista de los pacientes más interesantes desde el punto de vista neurológico. Como allí se dan pocos casos de traumatismos craneales realmente graves, también incluye diferentes tipos de lesiones nerviosas. Los pacientes provienen casi exclusivamente de las zonas del sudeste del frente. La gran mayoría son franceses; unos cuantos, soldados negros de las colonias[63] y un puñado de ingleses. Estos últimos suelen ser transportados a los hospitales del canal de la Mancha o bien hasta sus hogares. Al final la lista está completa. Dice lo siguiente:
Once casos de lesiones nerviosas en los miembros superiores, variando desde heridas en el plexo braquial a leves contusiones en la mano, cinco de los cuales incluyen parálisis muscular dorsal con fracturas complicadas.
Dos lesiones nerviosas con neuralgia en la pierna; Tauer las ha operado con sutura.
Tres parálisis faciales. Uno de ellos tenía incrustado en la mejilla un morceau d’obus[64] grande como la palma de una mano y la ostentaba orgullosamente, la metralla, quiero decir.
Una parálisis cervical en el sistema nervioso simpático en un hombre que recibió un disparo en la boca abierta.
Dos fracturas de columna, uno terminal, el otro recuperándose. Una viga que sostenía el refugio se le cayó encima cuando la explosión de una granada que aterrizó en las inmediaciones destruyó el tramo [de trinchera] en el que se encontraba.
Un solo traumatismo craneal grave; es el caso de un tal Jean Ponysigne, herido hace cinco días en los Vosgos y, por algún motivo inexplicable, traído en ambulancia hasta aquí.
Durante el almuerzo uno de los enfermeros le cuenta a Cushing que hace un par de días vio a un veterano de la guerra de 1870-1871 que había perdido las dos piernas levantarse tambaleando sobre sus muletas para hacerle los honores a un hombre 45 años más joven que él, una de las víctimas del conflicto actual que también había perdido las dos piernas. Por la tarde Cushing visita el pabellón de cirugía odontológica y queda muy impresionado con los nuevos, ingeniosos y efectivos métodos que existen. «Es extraordinario comprobar hasta qué punto se ha conseguido reinsertar los dientes y el maxilar de un pobre diablo a quien le habían volado gran parte de la cara».