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Jueves, 18 de marzo de 1915

PÁL KELEMEN ENTRA EN UN AULA VACÍA EN LOS CÁRPATOS

La herida que recibió aquella noche en el desfiladero no era grave. Después de pasar un tiempo hospitalizado en Budapest y tras un periodo de convalecencia como responsable de las remontas[59] de la ciudad fronteriza húngara Margita —donde también tuvo tiempo de iniciar, aunque no de consumar, una aventura con una de las muy bien vigiladas señoritas de la burguesía, una joven de notable altura y esbeltez—, ha vuelto al frente.

Las acometidas a uno y otro lado de los diversos pasos de montaña de los Cárpatos han proseguido con agotadora previsibilidad y una igual de agotadora falta de verdaderos resultados. Durante los últimos meses ambos bandos han ganado algún tramo aislado de territorio al mismo tiempo que han perdido enormes cantidades de hombres, principalmente debido al frío, las enfermedades y la falta de suministros[60]. Kelemen ha percibido el hedor que flota sobre estos parajes, cuando a los viejos cadáveres que se descongelan bajo el sol primaveral se les suman los cuerpos de los nuevos caídos. Son ya una minoría los que confían en un rápido desenlace.

La unidad de Kelemen cumple ahora su servicio en la retaguardia, por lo general como una especie de policía suplementaria con la misión de proteger y ayudar a las largas y sinuosas columnas de suministros con las que siempre es posible cruzarse por los embarrados caminos. Es un trabajo fácil. Y seguro. Y tampoco es que sienta mayor anhelo por volver a la primera línea de fuego. Él y sus húsares se alojan a menudo en las escuelas vacías de las aldeas húngaras. También hoy. Pál Kelemen escribe en su diario:

En las aulas destrozadas, convertidas en sucias cuadras por la paja allí traída, los desperdigados pupitres parecen manadas de animales aterrados, dispersos, azuzados unos contra los otros, mientras que los tinteros son como botones arrancados a una prenda de recreo y están tirados como basura por los rincones y los vanos de las ventanas.

En la pared se ve el texto y la música del himno nacional y un mapa de Europa. La pizarra ha caído boca abajo sobre la cátedra del profesor. En los estantes de libros yacen en desorden cuadernos de caligrafía, libros de lectura, plumas y lapiceros. Son puras bagatelas, pero aun así resultan sugestivas, al menos para mí, que durante horas seguidas he tenido que soportar cosas repugnantes. Cuando en estos cuadernos escolares leo esas palabras simples —tierra, agua, aire, Hungría, adjetivo, sustantivo, Dios—, de algún modo recupero el equilibrio sin el cual durante tanto tiempo he ido dando bandazos de aquí para allá, como un barco de contrabandistas, sin timón, por mares desconocidos.