Jueves, 20 de agosto de 1914
RICHARD STUMPF COPIA UN POEMA A BORDO DEL SMS HELGOLAND
Está indignado en lo más hondo. Una nueva declaración de guerra, una nueva nación que se adhiere a los enemigos de Alemania. Esta vez Japón. Los gobernantes de Tokio se han proclamado entre los primeros de una lista creciente de oportunistas bélicos que, en la fluctuante inestabilidad del momento, aprovechan para agenciarse algo, principalmente territorio. Japón acaba de entregar un ultimátum al Ministerio de Asuntos Exteriores de Berlín exigiendo que todos los buques de guerra alemanes abandonen Asia y que le sea cedida la colonia alemana de Tsingtao[4].
La ira de Stumpf se desborda. Las invectivas racistas salen a borbotones: «Solo a esos perros amarillos de ojos torcidos se les podía ocurrir una exigencia tan ultrajante». Sin embargo, no duda de que las tropas alemanas de la lejana Asia les darán una buena tunda a «esa banda de monos amarillos».
Richard Stumpf es un marinero de la Flota de Alta Mar del Imperio Alemán, tiene 22 años de edad y, aunque oriundo de la clase trabajadora —antes de alistarse hace dos años se ganaba la vida de chapista—, es un católico ferviente, miembro de un sindicato cristiano y nacionalista declarado. Como a muchos otros le embriaga el júbilo por el estallido de la guerra, sobre todo porque eso implica que por fin ha llegado la hora de ajustar cuentas con los pérfidos ingleses; según él, la «verdadera causa» de que Gran Bretaña haya tomado partido en el conflicto se debe «a la envidia que sienten por nuestro progreso económico». Algunos hombres de uniforme saludan con un «Gott strafe England» (Que Dios castigue a Inglaterra) al entrar en una sala, en cuyo caso es de rigor contestar: «Er strafe es» (Que así sea).
Stumpf rebosa inteligencia, chovinismo, curiosidad y prejuicios. Tiene oído para la música y lee mucho. La fotografía muestra a un joven de pelo oscuro, rostro ovalado y ojos muy juntos con una boca pequeña y decidida. Este día Stumpf se halla en el mar, junto a la desembocadura del Elba, a bordo del gran acorazado SMS Helgoland; ha servido en ese buque desde que se enroló[5].
Allí mismo se encontraba cuando estalló la guerra.
Richard recuerda que los ánimos estaban decaídos cuando el buque fondeó en el puerto debido a que las noticias que les habían ido llegando mientras navegaban en alta mar no eran nada excitantes; la gente se quejaba por doquier y decía: «Tanto revuelo para nada». Sin embargo, a nadie se le permitió desembarcar; al contrario, cargaron municiones y descargaron lo superfluo. Hacia las cinco y media se dio la señal de «todo el mundo a cubierta» y los hombres se apresuraron a formar. Después, uno de los oficiales de la nave, con mucha decisión y un papel en la mano, les hizo saber que esa noche tanto el ejército como la Armada serían movilizados: «Ya sabéis lo que eso significa: guerra». La orquesta del buque tocó con brío una melodía patriótica que todos entonaron con entusiasmo. «Nuestra alegría y excitación no tenían límite y duraron hasta muy entrada la noche».
Pero en medio de todos esos vítores se barrunta ya una extraña asimetría. La energía desatada es colosal y parece arrastrar a todo el mundo. Stumpf toma nota, entre otras cosas y no sin satisfacción, de que varios escritores radicales que se han hecho famosos por sus acerbas y reiteradas críticas a la era del káiser Guillermo II ahora redactan altisonantes soflamas de solemne patriotismo. Lo que queda anegado en este maremoto de emociones inflamadas es la cuestión de por qué hay que luchar. Son muchos los que como Stumpf creen saber de qué va la cosa «en realidad» y esa «causa real» está ya sepultada bajo el hecho de estar en lucha. La guerra muestra los primeros signos de convertirse en su propio objetivo. Pocos son ya los que mencionan Sarajevo.
Incluso Stumpf opina que mucha de la propaganda dirigida en contra del creciente número de países enemigos se pasa de la raya. Como esa vulgar postal que acaba de ver en una tienda en la que un soldado alemán está a punto de propinarle una azotaina en el trasero a un militar enemigo que tiene tendido sobre sus muslos al tiempo que les espeta a otros que hacen cola: «¡Sin empujar! A todos os tocará el turno». O como la rima que se ha hecho rápidamente popular, canturreada por los niños callejeros y garabateada con tiza en los vagones de tren que transportan a los soldados movilizados: «Jeder Schuss ein Russ, Jeder Stoss ein Franzos, Jeder Tritt ein Britt» («Cada disparo, un ruso; cada golpe, un francés; cada patada, un inglés»). Pero otras cosas le han conmovido profundamente, como el poema del popular autor Otto Ernst publicado en el diario nacionalista Der Tag que comenta justamente el hecho de que Alemania esté en guerra contra siete Estados. El poema le conmueve hasta tal punto que lo copia, sin saltarse una línea, en su diario. Dos de las estrofas rezan:
O mein Deutschland wie must du stark sein
Wie gesund bis ins innerste Mark sein
Dass sich’s keiner allein getraut
Und nach Sechsen um Hilfe schaut.
Deutschland wie musst du vom Herzen echt sein
O wie strahlend hell muss dein Recht sein
Dass der mächtigste Heuchler dich hasst
Dass der Brite von Wut erblasst[6].
Y el final:
Morde den Teufel und hol dir vom Himmel
Sieben Kränze des Menschentums
Sieben Sonnen unsterblichen Ruhms[7].
En realidad, la exaltada retórica y el exacerbado tono de la propaganda no son indicaciones de lo mucho que está en juego, sino de todo lo contrario, precisamente. Y aunque si bien existen conflictos, ninguno es tan insoluble que haga necesaria la guerra, ninguno lo suficientemente acuciante como para hacerla inevitable. Esta guerra solo se volvió inevitable en el momento en que se consideró como tal. Cuando las razones son vagas y los objetivos difusos hay que echar mano de la energía que contienen las palabras sabrosas y chorreantes. Richard Stumpf se las traga a lengüetadas y después se pone a divagar, ebrio de lenguaje. Y a su alrededor el acorazado SMS Helgoland, indeciblemente pesado y pintado de gris, se mece entre las olas, aguardando. Del enemigo todavía no hay ni rastro. Se percibe cierta impaciencia a bordo.