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Miércoles, 3 de febrero de 1915

MICHEL CORDAY CONOCE A UN HÉROE EN PARÍS

Un nuevo almuerzo. El invitado más ilustre de la reunión es, sin duda, el célebre escritor, aventurero, viajero y miembro de la academia Pierre Loti[49], y el más excéntrico un tal teniente Simon, en la vida civil profesor de francés en Inglaterra y traductor. Traductor, sí: Simon ha traducido un libro del inglés al francés, pero no ha resultado nada popular, por la sencilla razón de que versa sobre un alemán (Goethe). Pese a sus escasos méritos literarios el teniente defiende su lugar en el cenáculo. Es nada menos que veterano de la batalla del Marne, donde perdió un ojo y fue herido en un brazo. Al otro lado de los cristales: el viento cortante de París.

La batalla del Marne aparece envuelta en una aureola especial. El motivo es, en parte, obvio: fue en esa ocasión cuando las aparentemente incontenibles tropas alemanas fueron contenidas, París se salvó y se logró eludir una inminente derrota. (Además, el triunfo del Marne ha servido para tapar un chasco realmente grande, es decir, la fracasada y singularmente costosa ofensiva contra la Lothringen alemana en la fase inicial de la guerra). Y aún existe una razón más: el simple hecho de que el campo de batalla sea totalmente accesible. Lo normal es que las zonas de combate sean zonas herméticamente reservadas, a las que ningún civil tiene acceso y para las que incluso una conferencia telefónica requiere un permiso especial. (Hasta los altos políticos se topan con obstáculos cuando quieren visitar el frente, cosa que les gusta mucho, ya que causa buena impresión y les da la oportunidad de vestir originales creaciones de corte parecido a un uniforme. Una vez que Briand visitó el frente algunos lo tomaron por el chófer del grupo). En cambio, los lugares donde se libró la batalla del Marne están abiertos a cualquiera y se encuentran, además, a una cómoda distancia de París. Por eso se han convertido en un destino popular para hacer excursiones. La gente se desplaza hasta allí, recoge los restos de los combates que todavía cubren profusamente el campo de batalla y luego se los llevan a su casa como recuerdo: cascos Pickelhaube, gorras, botones, cápsulas de cartucho, fragmentos de granada, balines de shrapnel. Y quien no pueda o a quien no le apetezca hacer la excursión puede comprar auténticos souvenirs en ciertos mercados de París, hay cestos repletos de objetos recién cogidos.

El teniente Simon empieza a describir sus vivencias durante la batalla y lo que sucedió cuando fue herido. Para gran consternación suya, Corday se da cuenta de que los otros comensales se distraen y casi dejan de escucharle por completo. Hay ya inflación de héroes y de dramáticos relatos de la guerra. Corday recuerda a un oficial a quien le amputaron las dos piernas y dijo: «Sí, en estos momentos soy un héroe. Pero dentro de un año no seré más que un tullido más».

Sigue siendo imposible decir que se desea la paz. Los que escuchan comentarios de este tipo responden invariablemente con abucheos: «¡Escandaloso!». Los restaurantes vuelven a estar llenos de gente[50].