Viernes, 22 de enero de 1915
ELFRIEDE KUHR RECIBE EN SCHNEIDEMÜHL LA VISITA DE UN APRENDIZ DE PANADERO
Es tarde. Suena el timbre de la puerta. Elfriede abre. Afuera, en medio de la helada noche invernal, está el aprendiz de panadero, vistiendo su ropa blanca de trabajo, calzado con zuecos, rebozado de arriba abajo en el polvillo de la harina. Le alarga un cesto tapado. Dentro hay panecillos recién salidos del horno, todavía calientes. Les suelen llevar el pan fresco cada mañana pero esto, ¿a qué viene? Si es de noche. El mozo suelta una carcajada: «No, ya no, señorita». Y le explica que debido a las nuevas restricciones estatales en lo que respecta al uso de harina ya no está permitido hacer pan de noche, cosa que a él no le apena en absoluto: ahora podrá dormir como las personas normales. Después se aleja con prisa; a gritos le dice: «¡Es por la guerra!».
A su abuela le parece muy bien. De todos modos, los alemanes comen demasiado pan. En los periódicos se leen severas advertencias contra el uso de cereales como forraje para el ganado: «Quienquiera que alimente a animales con grano comete un pecado contra la Patria y puede ser castigada por ello». El sustento de la población alemana está a las puertas de un cambio radical: en lugar de que las calorías pasen dando un rodeo por el sistema digestivo de los animales de consumo humano hay que aumentar el consumo en su forma original, la vegetal. (Comiendo cereales se obtienen cuatro veces más calorías que si estos primero tienen que convertirse en carne). Las verduras, y no la carne, dominarán la mesa alemana del futuro. En esta región dos tercios de los habitantes son labriegos. Pero eso no significa que todos vivan en las mismas condiciones. Los labrantines y los obreros agrícolas ya han empezado a notar los malos tiempos, mientras que los grandes agricultores se las apañan la mar de bien. Elfriede ha oído hablar de granjeros ricos que, pese a todas las prohibiciones, han seguido dando grano a sus vacas y caballos; eso se nota en las carnes que echan y en el pelo, que se les ve muy brillante.
No, a los grandes agricultores y a los terratenientes todavía no les afecta la guerra:
Cada mañana para desayunar se comen uno de esos maravillosos panes blancos, a veces con pasas y almendras dentro, acompañado de huevos, salchichas, queso, jamón y oca ahumados, una variedad de mermeladas y confituras y quién sabe cuántas cosas más. Aquel a quien le apetece leche fresca se la toma, a quien le apetece café o té se lo sirven. En el té hasta echan cucharadas enteras de gelatina de fruta.
Pero la indignación y la envidia que las costumbres de los granjeros ricos provocan en Elfriede abarcan hoy una punzada de mala conciencia. También ella peca contra la Patria, al menos, en cierto sentido. Elfriede siente una gran debilidad por los caballos y, a veces, cuando se cruza con uno saca a escondidas la manzana o el trozo de pan que se esté comiendo y se lo da al animal. Sin embargo, ya no se ven tantos caballos como antes de la guerra; los que no se precisan para las labores del campo han sido requisados por el ejército.