Sábado, 26 de octubre de 1918
EDWARD MOUSLEY ES TESTIGO DE UN BOMBARDEO SOBRE CONSTANTINOPLA
Hacia las dos de la tarde Mousley oye unas explosiones. Aviones. Él y los otros pacientes del gran hospital salen corriendo para ver mejor. El cielo es azul. Siete veloces aeroplanos sobrevuelan Constantinopla, seguidos de la cola de humo de las granadas detonadas por la defensa antiaérea. Aquí y allá caen bombas. Blancas nubes de humo se elevan por encima del hervidero de tejados, almenas y pináculos. Mousley observa satisfecho que, al parecer, han alcanzado al Ministerio de la Guerra.
Los aviones efectúan un viraje en perfecta formación (le recuerdan una línea de urogallos), doblan cruzando el Cuerno de Oro hacia Beyoglu, dejan caer unas bombas sobre el puente de Gálata y otras cuantas sobre la embajada alemana. A continuación vuelven a dar media vuelta y pasan en vuelo rasante por encima de la gran estación de ferrocarril ubicada junto al hospital. Una ametralladora instalada en un jardín cercano abre fuego, y su estridente crepitar se superpone al ruido sordo de los cañonazos lejanos de la defensa antiaérea. Caen unas cuantas bombas más. Una de ellas alcanza un barracón.
Las bolas de humo de la defensa antiaérea continúan resiguiendo el movimiento de los aviones, pero aún ninguno de ellos ha sido alcanzado. Finalmente, los cañones de la batería antiaérea dejan de ladrar y las bolas de humo se disipan en el viento. Un avión otomano se eleva para atacar a los agresores. Unos turcos que están de pie junto a Mousley señalan al aviador solitario con evidente orgullo. Dos de los siete aviones atacantes rompen la formación y ponen curso a la nave otomana. Las ametralladoras tabletean en lo alto del cielo. Unos instantes después el avión otomano, haciendo eses, se estrella contra el suelo. Los siete aeroplanos desaparecen por el oeste.
Al cabo de unas horas Mousley recibe noticias sobre el resultado de la incursión. En términos materiales los daños son de escasa magnitud. Por lo visto, ha muerto un coronel turco. Los efectos morales, en cambio, son tanto más considerables. Los siete aviones no solo han soltado bombas, sino también octavillas en las que se precisan los logros y reveses de las partes beligerantes. Lo más importante de todo, sin embargo, es que la incursión ha dispersado para siempre la sensación de invulnerable superioridad que durante largo tiempo dominaba en Constantinopla. La ciudad está conmocionada. Mousley escribe en su diario:
Al comprender ahora lo flojo que debe de haber sido el apoyo de que disponían los gobernantes cuando, a través de muchas crisis, mantenían a Turquía en la guerra, lo indiferente que gran parte de la población tiene que haberse sentido ante la idea de involucrarse en ella en primer lugar, y lo reacio a seguir luchando por Alemania que tiene que haber estado el hombre de la calle, se comprende que los ataques aéreos y la propaganda podrían haber proporcionado mucho antes una idea clara de lo que la guerra suponía en realidad.
Más tarde le dicen que la ira provocada por el ataque no se dirige contra los que lo han realizado, es decir, los británicos, sino contra Alemania. En Beyoglu han resultado agredidos varios ciudadanos alemanes, mientras que unos oficiales alemanes han sufrido las amenazas, cuchillo en mano, de unas mujeres indignadas.