Martes, 10 de septiembre de 1918
ELFRIEDE KUHR LEE UNA CARTA DE SU MADRE
El otoño ya está aquí. La mayoría de las farolas están apagadas debido a la escasez de gas. Ya no hay patatas. La abuela de Elfriede está enferma de la gripe ésa y pasa la mayor parte del tiempo acostada en el sofá. Una de las vecinas tiene un hermano a quien le acaban de amputar una pierna. Al hermano de Elfriede le ha tocado un destino como oficinista del ejército, y Elfriede ha hecho perecer a su álter ego de mentirijillas, el teniente Von Yellenic, más que nada porque opina que ya es mayor para tales juegos. (Ella y Gretel organizaron un verdadero funeral. El teniente Von Yellenic yacía de cuerpo presente, condecorado con una Cruz de Hierro de cartón. La ceremonia transcurrió al son de la marcha fúnebre de Chopin e incluyó unas salvas finales disparadas por tres bolsas de papel infladas que Elfriede hizo estallar. Gretel lloraba desconsoladamente).
Este día Elfriede y su hermano reciben una carta de su madre:
Hijos, este otoño me deprime. Llueve, llueve a cántaros, hace frío. Y para colmo he perdido mi cartilla de racionamiento del carbón. Lo primero que tengo que hacer mañana es llamar al carbonero. Por suerte me aprecia mucho y no me dejará en la estacada. La monotonía de mi trabajo en la oficina ha empezado a consumir mis fuerzas. Echo de menos la libertad y la música. Pero ¿quién está para estudiar música en estos tiempos que corren? Si no fuera por la fiel señorita Lap, que sigue viniendo por las tardes a tomar lecciones, el piano nunca saldría de su sopor. La visión de las aulas vacías me da escalofríos. En Berlín todo el mundo exige paz. Pero ¿qué clase de paz será? ¿Una paz a la que realmente debamos aspirar? Si nos vencen lo perderemos todo. ¡Nuestros valerosos soldados! Querido Gil, querida Piete[276], ¡Cruzad los dedos por la pobre Alemania! ¡No puede ser que toda esta sangre se haya derramado en vano!