Sábado, 24 de agosto de 1918
HARVEY CUSHING ESTUDIA MANOS PETRIFICADAS EN SALINS
Ha llovido casi todo el día. El trayecto de ascenso a la montaña es lento y pesado, pero vale la pena. La vista es arrebatadora, el paisaje también, así tan intacto a pesar de la guerra. Cushing forma parte de una pequeña delegación que va a visitar la Station Neurologique n.º 42, que se aloja en la antigua fortaleza montañesa de Salins, al sur de Besançon.
Cushing se encuentra aquí por razones profesionales. Como bien revela el nombre, se trata de uno de los muchos hospitales de neurología del ejército, especializado en un tipo concreto de lesión neurológica: manos petrificadas y parálisis de pies. El primer tipo le interesa especialmente. Todos los médicos militares conocen el fenómeno: hombres cuyas manos están contraídas en una especie de calambre permanente, con frecuencia retorcidas en imposibles posturas hacia el antebrazo. Un origami muscular. No se suele encontrar ninguna lesión propiamente dicha en la extremidad en cuestión; sencillamente parece como si se hubiera congelado en un ángulo que se diría imposible. Cushing se asombra de la gran variedad. Los médicos franceses hasta han desarrollado una tipología: main d’accoucheur, main en bénitier, main en coup de poing, etcétera.
A menudo la dolencia aparece tras un periodo largo de vendaje o estiramiento. Pero se dan, además, casos con otros antecedentes, asimismo bien conocidos. A menudo el defecto afecta a hombres que han sufrido una leve —en ocasiones hasta trivial— lesión en combate, que de forma consciente o inconsciente consideran su herida demasiado anodina y, por añadidura, temen ser devueltos al frente.
El tratamiento se basa solo en psicoterapia, y ésta la dirige un capitán apellidado Boisseau, un hombre muy hábil. Cushing tiene la oportunidad de presenciar con asombro cómo Boisseau trata a un «autodeformado» recién llegado y cuidadosamente, con palabras, deshace su paralizada contractura. En una sala se ven expuestas una pequeña colección de bastones y muletas, corsés y férulas utilizadas por antiguos pacientes.
El tratamiento, sin embargo, no es seguro al cien por cien. En la aldea a los pies de la montaña se halla el cuartel adonde envían a los dados de alta. Allí se les clasifica en tres grupos: a) los recuperados del todo que están listos para el servicio en el frente, b) casos sin clarificar y c) enfermos permanentes. Cushing y los demás ven desfilar a los del primer grupo, con su equipo de combate al completo. Entre éstos, sin embargo, uno de los neurólogos franceses descubre una recaída. Al hombre lo sacan inmediatamente de la fila y lo envían de vuelta a la Station Neurologique n.º 42, donde le esperan tres días de aislamiento antes de iniciar la terapia de nuevo. «Una psique que lucha por ganar control sobre otra, una psique que, sin embargo, tiene buenos motivos para resistirse».
Bajo una lluvia torrencial conducen de vuelta a Besançon. Más tarde, uno de los guías les invita a cenar.