215.

Sábado, 17 de agosto de 1918

ELFRIEDE KUHR CONTEMPLA EN SCHNEIDEMÜHL A UN LACTANTE MUERTO

Una oscura noche de verano. Calor. Ha muerto ya aquel niño de seis meses que era su predilecto. La demacrada criatura falleció ayer, en los brazos de Elfriede: «Simplemente reclinó la cabeza, que parecía demasiado grande para su esquelético cuerpo, contra mi brazo, y murió sin estertores ni suspiros».

Ahora son las tres de la madrugada, y Elfriede va una vez más a mirar el cuerpo. Sigue tendido en la cuna cubierta por una red, cuna que han sacado a un pasillo donde hace más fresco. Junto al escuálido y diminuto cadáver Elfriede ha dejado un ramillete de flores silvestres recién cogidas de un prado; sin embargo, el resultado no tiene el efecto deseado: «Por desgracia, rodeado de las flores parecía un enano muy viejo que llevara muerto más de cien años».

Mientras está ahí de pie contemplando el cadáver, de pronto se eleva del lecho un débil rumor. Suena como un zumbido sordo y apagado que pulsara a veces más fuerte, a veces más flojo, a veces sin sonar nada. Desconcertada, Elfriede se inclina hacia delante. Sí, proviene de… ¿la cuna? No puede ser: mira, escucha y descubre con horror que el sonido proviene del… niñito muerto. ¿Y si, de alguna manera, ha vuelto a la vida? El sonido podría provenir de sus pequeños pulmones. Se inclina todavía más, y sí, es como si saliera de sus labios entreabiertos. ¡Intenta respirar!

Se arma de valor, agarra las mandíbulas del niño y las fuerza para que entre aire. Y al instante se echa para atrás.

De la boca del niño sale un enorme moscardón.

Elfriede lo espanta a manotazos, llena de asco.

Después vuelve a ceñir la red alrededor de la cuna, vigilando que quede muy bien ajustada.