Domingo, 28 de julio de 1918
ELFRIEDE KUHR TRABAJA EN EL HOSPITAL INFANTIL DE SCHNEIDEMÜHL
Hacen lo que pueden. Cuando no hay leche para los niños de pecho se les da arroz hervido o gachas de avena, o solo té. Y cuando los pañales de verdad no llegan para todos, y casi nunca llegan, utilizan un nuevo tipo de pañal de papel, poco conveniente. El papel se engancha a la piel de los niños, y al arrancarlo les duele.
Ersatz por doquier. Sucedáneo de café, falso aluminio, caucho de imitación, vendas de papel, botones de madera. Aunque la capacidad de invención sea impresionante no se puede decir lo mismo de los resultados: tela hecha de fibra de ortigas y celulosa, pan hecho de cereales mezclados con patatas, alubias, guisantes, alforfón y castañas de Indias que no se vuelve plenamente comestible hasta pasados unos días después de horneado, cacao hecho de guisantes tostados y centeno con aditivos químicos que dan sabor, carne hecha de arroz prensado y cocido en sebo de cordero (todo rematado con un falso hueso de madera que sobresale), tabaco hecho de raíces secas y de peladuras de patata, suelas de zapatos hechas de madera. Existen 837 sucedáneos de carne autorizados para la confección de salchichas, 511 sucedáneos de café registrados. Las monedas de níquel han sido sustituidas por monedas de hierro, las sartenes de hierro han sido sustituidas por sartenes de hojalata, los tejados de cobre han sido sustituidos por tejados de chapa, y el mundo de 1914 ha sido sustituido por el de 1918, donde todo es un poco más delgado, más hueco, más flojo. Ersatz: productos de mentira para un mundo de mentira.
Elfriede Kuhr trabaja en un hospital infantil de Schneidemühl. Le tomó su tiempo acostumbrarse a las tareas que debía realizar allí, tiempo para aprender a reprimir los sentimientos de asco ante la visión de la sangre o del pus o de las úlceras de decúbito o de las costras de tiña en los cráneos. Casi todos los niños padecen desnutrición o alguna enfermedad derivada de ella. (La desnutrición es una consecuencia del exitoso bloqueo británico de Alemania por un lado, y de que tanto la agricultura de Alemania como su sistema de transportes se desgasta a causa del desaforado esfuerzo bélico; donde hay comida no hay trenes para transportarla). En cierto modo estos niños son tan víctimas de la guerra como los caídos en combate. O como los niños que se hundieron con el Lusitania. Durante los últimos años la mortalidad infantil en Alemania se ha duplicado[273].
Muchos de los pequeños han sido ingresados por jóvenes e indecisas esposas de soldados. Elfriede escribe:
¡Oh, estos niños de pecho! Son solo pellejo y huesos. Cuerpecitos que se consumen de inanición. ¡Y qué ojos tan grandes! Cuando lloran solo se oye un débil gemido. Hay un niñito que con toda seguridad morirá pronto. Tiene la cara deshidratada como la de una momia; el médico le da inyecciones de solución salina. Cuando me inclino sobre su cuna el pequeñín me mira con unos ojos grandes que parecen los de un hombre viejo y sabio, y sin embargo solo tiene seis meses de edad. No cabe duda de que hay una pregunta en sus ojos, más bien un reproche.
A la que tiene ocasión roba pañales de tela para que el niño se libre de llevar esas horribles cosas de papel.
Elfriede se levanta a las seis de la mañana, una hora más tarde empieza a trabajar y después no para hasta las seis de la tarde. Su hermano Willi ha sido llamado a filas como soldado raso en las Fuerzas Aéreas. Todavía está en periodo de formación. Cuando le vio recién incorporado le dio la impresión de que el uniforme y la extraña gorra de charol le sentaban fatal; lo peor, sin embargo, fue verlo firme, rígido, completamente inmóvil, con las manos apretando las costuras del pantalón, la mirada fija en una distante lejanía. Exactamente igual que cuando ella jugaba a ser el teniente Von Yellenic, pero de verdad mucho mejor, y mucho, mucho peor. La última vez que Elfriede vio a Willi fue hace 14 días, en su cumpleaños. Ese día él le dijo dos veces: «Todo está a punto de reventar[274]».