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Martes, 22 de diciembre de 1914

MICHEL CORDAY PRESENCIA LA SESIÓN DE APERTURA DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS EN PARÍS

El gobierno y los ministerios han regresado a la capital, y la cámara de los diputados se reabre. Como el alto funcionario de uno de los ministerios que es, Corday puede seguir la sesión desde uno de los palcos. No ha sido fácil organizarla. Una de las cuestiones que se han debatido, muy vivamente, hasta nivel gubernamental, es la de si se les permitiría a los diputados comparecer de uniforme —todos los que pueden quieren lucir un uniforme militar— o si todos deben vestirse de civil. Al final se decide imponer el uso obligatorio de levita[42]. Corday se espanta al oír los discursos y ver el efecto que tienen sobre los oyentes: «Ay, ¡cómo se deja hechizar por las palabras esta gente!». Observa que cuanto más afianza uno de esos charlatanes su decisión de aguantar «hasta el amargo final», más exagerados se vuelven sus gestos y su voz.

Más tarde, en los pasillos, se cruza con un hombre que ahora es asistente de un gran general pero que Corday conoce en la vida civil como director de la Opéra Comique. El hombre le cuenta que cada noche se quedan sin entrada unas 1500 personas; tal es la afluencia de público. Y en los palcos se ven mayoritariamente mujeres de luto: «Vienen para llorar. Solo la música mitiga y alivia su dolor».

El hombre también le cuenta una historia de sus meses como oficial de Estado Mayor. Había una mujer que de ninguna manera quería separarse de su marido, un capitán, y lo siguió en su viaje hacia el frente. Estaba decidido que en Compiègne se irían cada uno por su lado, ya que él debía dirigirse a la línea de fuego, pero la esposa se negó con obstinación, sin dar su brazo a torcer. Desde luego, la prohibición de que los civiles visiten las zonas de combate incluye a las mujeres cuyos esposos están en primera línea, de hecho, las incluye específicamente; se considera que su presencia sería causa de distracción. (La única excepción la constituyen las prostitutas, a las que se les otorga salvoconductos especiales para ejercer su oficio; circunstancia que, al parecer, es aprovechada por algunas mujeres muy desesperadas que encuentran así un modo de ponerse en contacto con sus maridos). El mando dictaminó que en un caso como éste no quedaba otra solución que cancelar el servicio en el frente del capitán y enviarlo de vuelta al lugar donde le movilizaron. ¿Qué hizo entonces el hombre ante tal amenaza? Asesinó a su esposa.