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Jueves, 23 de mayo de 1918

HARVEY CUSHING COMPRA AZÚCAR EN LONDRES

El hospital está situado en el número 10 de Carlton House Terrace, tocando a Pall Mall, con vistas a St. James’s Park. La elegante dirección revela que se trata de una de las tantas clínicas privadas destinadas exclusivamente a oficiales heridos, fundadas por alguna dama de la clase alta inglesa, en este caso concreto por lady Ridley[264]. Cushing ha venido para visitar a un conocido suyo, el aviador Micky Bell-Irving, quien está ingresado en el hospital.

Cushing se encuentra en Londres en misión oficial. Va a entrevistarse con una serie de altos cargos de la sanidad militar británica para discutir la próxima coordinación de los recursos para atención neurológica. No es que le entristeciera tener que irse de Boulogne-sur-Mer. Aunque la segunda ofensiva de primavera de los alemanes, que afectó a Flandes, se ha sofocado y una calma intranquila domina el frente, los ataques aéreos alemanes continúan igual de intensos; la noche antes de que Cushing partiera hacia Inglaterra había un cielo despejado con un luminoso claro de luna, y Boulogne-sur-Mer fue sometida a un implacable bombardeo.

Londres ha supuesto una experiencia desconcertante para Cushing.

Pese a que falta poco para que finalice mayo, la ciudad ofrece un aspecto gris y deprimente. Se ven inválidos por todas partes. La mayoría parece ansiar que llegue la paz. Una opinión generalizada parece ser la de que si no fuera porque Estados Unidos se involucró en la guerra, esta ya habría terminado. Al mismo tiempo, la gente se ha vuelto mucho más abierta. La tan cacareada reserva británica no existe. Por las calles o en el metro ha sucedido una y otra vez que alguna persona se ha aproximado a Cushing, sin duda atraída por su uniforme americano, y le ha ofrecido ayuda amablemente o ha empezado a explicarle cosas que, en realidad, no necesitaban explicación.

Existe cierta escasez de alimentos en Londres; principalmente azúcar y mantequilla. Eso Cushing lo ha podido constatar. Cuando esta mañana desayunaba en el hotel le sirvieron el pan blanco francés junto con dos cucharaditas de algún tipo muy poco apetitoso de margarina que se desmenuzaba, y no había azúcar para el café. Al mismo tiempo, en un economato reservado a militares americanos ha podido adquirir un kilo de azúcar por un par de peniques. Le entregaron la mercancía discretamente metida en una caja que contuvo Fatima’s Cigarretes, y él no tardó en regalársela a un inglés conocido suyo. Se puede comprar de todo, basta con tener dinero y los contactos adecuados. Por otro lado, Cushing no detecta que el nivel de la salud pública haya disminuido. La gente come menos y anda más, y está «seguro que a sus cerebros eso les va mejor».

Cushing entra en la sala donde yace el aviador. Micky no resultó herido en combate, sino mientras practicaba acrobacias con su avión. Había efectuado varios loops y toneles cuando de repente un ala se quebró, y acto seguido el aeroplano cayó en barrena desde una altura de unos 1500 metros. Él, de puro milagro, sobrevivió, pero resultó gravemente herido. Una de sus piernas quedó tan destrozada que los médicos se la tuvieron que amputar.

Micky se incorpora en la cama y se sujeta el muñón de la pierna. Padece terribles dolores fantasma en el miembro amputado y está muy drogado. Aun así, saluda a su visitante con el encanto y la cortesía habituales. Por esa razón el americano tarda un rato en entender que el hombre anestesiado que está en la cama no acaba de reconocerle del todo. Más tarde, desolado, Cushing escribe en su diario: «Ahora no es más que una piltrafa humana. Habría sido preferible que muriera».