Martes, 15 de diciembre de 1914
ELFRIEDE KUHR AYUDA A DAR DE COMER A LOS SOLDADOS EN LA ESTACIÓN DE SCHNEIDEMÜHL
Nubes escarchadas, nieve blanca, un frío que pela. Muchos de los niños más pequeños tienen tanto frío que ya no quieren seguir jugando a soldados. Elfriede, que es la mayor, encuentra un buen argumento para seguir con la instrucción de mentirijillas. Es cuestión de curtirse: «Bien mirado, las tropas que están en el frente tienen muchísimo más frío que nosotros». Sin embargo, el pequeño Fritz Wegner está muy acatarrado. Elfriede se ve obligada a sonarle la nariz cada dos por tres, lo cual ella considera algo muy por debajo de su dignidad de oficial del grupo.
Más tarde va a la estación de ferrocarril. Su abuela trabaja ahí casi cada día como voluntaria de la Cruz Roja. Por lo general colabora a la hora de dar de comer a los soldados que hacen un alto en el camino. Continúan rodando los trenes de transporte, noche y día: vagones cargados de jóvenes sanos que se van cantando hacia el frente del Este y hacia las batallas que allí se libran todavía, de allí los vagones vuelven con hombres callados, sangrando. Este día van a llegar varios trenes-hospital, así que seguro que habrá mucho que hacer.
Elfriede también ayuda cuando —pese a que lo tienen prohibido— da de comer a los 300 trabajadores civiles que llegan en un tren de Prusia Oriental, donde han estado construyendo trincheras y otras fortificaciones. Observa cómo comen esos hombres hambrientos, taciturnos y temerosos de que les pillen: la sopa, el pan y el café; rápidamente se zampan los 700 bocadillos para después escabullirse de vuelta al tren que les aguarda. Elfriede ayuda a hacer más bocadillos a toda prisa. El embutido se ha acabado, así que untan el pan con manteca, y la sopa de garbanzos con tocino se tiene que aguar, pero cuando llega el tren con los heridos no reciben ninguna queja.
Al atardecer la mandan a comprar más embutido. Tiene que ir a dos carnicerías antes de poder reunir la cantidad necesaria. De vuelta se cruza con Gretel, una de sus amigas:
Para protegerse del frío iba abrigada con tanta ropa que solo se le veían la nariz y los ojos azules. Le colgué toda una ristra de salchichas con ajo alrededor del cuello y le dije: «Ayúdame a cargarlas, así no enfermarás de gandulería».
Las dos se ponen a ayudar en la estación de ferrocarril, cargando grandes cafeteras de un lado para otro. Hacia las diez de la noche reciben su recompensa: bocadillo de salchichón y sopa de garbanzos con tocino. Después se van a su casa, exhaustas pero muy satisfechas. Fuera ha empezado a nevar, profusamente. «Era bonito ver los copos de nieve girando en remolinos a la luz de las farolas de gas».