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Miércoles, 27 de marzo de 1918

EDWARD MOUSLEY CELEBRA SU CUMPLEAÑOS EN UNA CÁRCEL DE CONSTANTINOPLA

Los últimos meses han sido variados. Después de ser trasladado a Constantinopla, Mousley llevó a cabo un intento de fuga el día de Navidad. Empezó bien. Gracias a una mezcla de fanfarronería y elaborados preparativos, él y sus compinches lograron huir por una bien estudiada vía de escape hasta el puente de Gálata y echarse al mar de Mármara en una barca que se habían agenciado por medio de un cómplice. La barca iba repleta de huevos, traídos como provisiones, pero, en cambio, carecía de importantes utensilios, entre otras cosas un achicador. Además, soplaba un viento recio, había mar alta y fuertes corrientes. La vela se estropeó, y pronto el intento de huida se trocó en parodia. Embadurnados de huevo de pies a cabeza fueron arrastrados a la orilla en aquella barca que hacía aguas. No tuvieron más remedio que regresar sigilosamente al edificio donde les retenían prisioneros, consiguiendo asimismo escalar hasta el interior, empapados y oliendo a huevo.

Después les depararon una agradable sorpresa, es decir, un traslado al plácido balneario Bursa, conocido por sus baños de agua sulfurosa. Todo ocurrió por orden del doctor König, su oculista, quien anteriormente había ostentado el cargo de médico a bordo del Goeben, uno de los dos cruceros que en 1914 tuvieron parte de culpa de que el Imperio Otomano interviniese en la guerra. En Bursa se hallaban retenidos los generales británicos de más alto rango[258], así que, durante un tiempo, Mousley pudo disfrutar de sus mismos privilegios en lo que respecta a cosas como una buena y abundante comida, periódicos relativamente recientes y una considerable libertad de movimientos. También jugó mucho al ajedrez.

Después llegó la orden de que le enviaran de vuelta a Constantinopla.

Por su parte, él esperaba que eso significase un intercambio y el viaje de vuelta a casa, pero, por el contrario, ayer lo trasladaron a una cárcel de mala fama. Allí le acaban de comunicar que su intento de fuga le va a costar un consejo de guerra. Lo han encerrado en una celda angosta y oscura junto con un árabe, un turco y un egipcio. Cuando mira por la ventana de barrotes lo que ve es un pasillo largo, un retrete y un celador corpulento que se pasea de arriba abajo.

Hoy es su cumpleaños. Mousley no se encuentra bien y tiene mucha hambre. Pide comida, pero a nadie parece importarle. Consigue un periódico, pero su lectura no mejora su humor en absoluto. La ofensiva alemana en Francia prosigue, por lo visto es imposible de contener. En su diario él escribe:

Mis guardianes y compañeros de celda se divirtieron mostrándome, de un modo literal, cómo los alemanes pisoteaban a los franceses y a nosotros. Yo, por el contrario, tenía fe en nuestro contraataque, si es que no estamos ya demasiado hundidos, o aunque así fuera, en el momento en que el avance alemán tenga que detenerse debido a que [haya agotado] el complicado sistema de comunicaciones que se requiere para que las grandes masas de efectivos y material de la guerra moderna pueda ser transportada hacia delante. Fue un cumpleaños verdaderamente nefasto.

Lo único positivo del día tiene lugar hacia el atardecer. Dos de sus compañeros de celda empiezan a pelearse, y Mousley aprovecha la confusión para escabullirse un momento y entregarle un mensaje a un oficial de la RAF que sabe se halla prisionero en la celda contigua.

El mismo día, el 27 de marzo, Herbert Sulzbach anota en su diario:

Seguimos avanzando a una velocidad frenética, pegados a los talones de la infantería en la medida de lo posible. La infantería toma Laboissière y el enemigo solo se detiene pasado Etelfay. Han caído muchos prisioneros en nuestras manos, y el campo de batalla ofrece el panorama de una huida muy apresurada. Nos vemos obligados a pasar por encima de los cuerpos de muchos franceses e ingleses. En comparación, nuestras bajas son insignificantes.