192.

Un día de febrero de 1918

PÁL KELEMEN ES TESTIGO DE UN ACCIDENTE EN EL DESFILADERO DE CALDONAZZO

Todavía se encuentra en el frente alpino septentrional de Italia con vistas sobre la llana planicie de Friuli. Cuando el cielo está muy despejado se vislumbra a lo lejos una franja brillante que es el Mediterráneo. Circulan rumores de una renovada ofensiva austrohúngara, pero ¿de dónde van a sacarse las fuerzas para eso? La escasez de alimentos y municiones es mayor que nunca, y la mayoría de las unidades se hallan muy por debajo de su potencia nominal. Las temperaturas han empezado a subir.

En el sector del altiplano donde se halla Kelemen los suministros llegan en camiones. Se requiere una gran habilidad para maniobrar los vehículos, pesados y difíciles de manejar, por los caminos que serpentean por los escarpados barrancos. Pál Kelemen anota en su diario:

Con el buen tiempo y el sol, aparece en su automóvil un general para inspeccionar las fortificaciones. A su lado el ineludible edecán: un oficial arrogante del Estado Mayor Central. Su coche zumba por el camino sin ningún tipo de consideración, entre ininterrumpidos toques de bocina para, ya de lejos, avisar a los pesados camiones del avituallamiento que se echen a un lado. Uno se aparta lo máximo posible, pero aun así no hay lugar suficiente para que pueda pasar el automóvil, grande y reluciente.

El oficial del Estado Mayor Central saca el torso por la ventana y grita enojado: «¡Apártate, cabrón!». Y ese pobre cabrón se aparta tanto que su camión vuelca y, con una vuelta de campana, se precipita al abismo.