Las experiencias personales de esto que llamamos guerra consisten, en el mejor de los casos, en reavivar los recuerdos de un sueño casi incomprensible y confuso. Algunos sucesos individuales destacan con más nitidez que otros, con la claridad que les confiere la fiebre del peligro de muerte. Después, incluso las situaciones más peligrosas se vuelven cotidianas y los días parecen pasar sin contener nada de interés, a excepción de la permanente proximidad de la muerte. Pero también esa idea, por mucho que se destacase al principio, acabamos reprimiéndola, ya que de tan omnipresente se vuelve anodina.