Viernes, 8 de febrero de 1918
OLIVE KING LE DA VUELTAS A SU FALTA DE CEJAS
Es invierno pero hace más calor de lo normal. Corren rumores de que algunos oficiales italianos ya se han dado el primer baño. Olive King ya no vive en aquella casita a las afueras de la calcinada Salónica. En su lugar se ha instalado en una choza hecha con una enorme caja de embalaje de madera que había contenido un aeroplano.
¿Un baño? Tal vez sea a falta de una mejor ocupación. Sin novedad en Salónica. Pese a los refuerzos del Ejército de Oriente no ha sucedido casi nada. Los críticos de la operación —y actualmente son muchos— llaman a la ciudad fortificada «el mayor campo de internamiento de Alemania». Se hicieron intentos de romper las líneas búlgaras en el norte durante el año 1917, pero los logros fueron vergonzosamente modestos. (En efecto, Sarrail fue destituido hace unos meses). Las muy extendidas epidemias son parte de la explicación. Nominalmente, el Ejército de Oriente cuenta con 600 000 efectivos, pero una vez que la malaria y el dengue y otras enfermedades se han cobrado su tributo solo quedan unos 100 000 hombres plenamente capacitados para el servicio. Los hospitales están abarrotados.
A Olive King, sin embargo, no le ha faltado en qué ocuparse. Durante los últimos meses ha realizado repetidos viajes a Corfú, o mejor dicho, a Santi Quaranta o Sarandë, la ciudad situada enfrente de la gran isla. La Cruz Roja americana donó 29 ambulancias a los servicios de asistencia médica militar serbios, y ella ha sido una de las que han estado recorriendo los más de trescientos kilómetros[250] que hay hasta Salónica al volante de los nuevos vehículos. De modo que a estas alturas King conoce perfectamente el camino. El viaje de ida y vuelta dura entre ocho y diez días.
Los itinerarios por las estrechas y empinadas carreteras de montaña suelen comportar muchas molestias, a veces peligros. King ha soportado desde ventiscas a averías. Sin embargo, se ha dado cuenta de que con frecuencia ha sabido sobrellevar las peripecias mejor que los conductores de sexo masculino, «quienes odian las incomodidades, la lluvia, el lodo y el frío». Ella, por su parte, dice que le encanta «la vida de gitana». Su salud es excelente, descontando un reiterado dolor de muelas. King siempre cura sus resfriados tomando un mejunje hecho a base de agua hirviendo, ron y montones de azúcar.
No obstante, salta a la vista que se ha dedicado a su trabajo con la entrega de alguien que necesita distracción. Su relación amorosa con Jovi, el capitán serbio, finalizó con un gran chasco. La última vez que se vieron fue en octubre —a ella Serbia le acababa de conceder la medalla de plata al valor por su actuación durante el gran incendio—, cuando Olive fue a su encuentro en Corfú. (Él iba de camino a Londres en misión oficial). Disfrutaron de unos días juntos, y luego se despidieron en el muelle de donde zarpan los barcos hacia tierra firme. Ella derramó algunas lágrimas, aunque, en realidad, habría querido tirarse al suelo en algún sitio y llorar a mares. Después vino un periodo de soledad y abatimiento, un abatimiento que se volvió agudo al recibir una carta de Jovi en la que le contaba que había conocido a otra.
Así que ahora está en su choza de madera escribiendo una de sus muchas cartas a su padre. Él le ha estado pidiendo que le envíe una foto suya, cosa que ella le ha prometido hacer, pero más adelante. No es que carezca de los medios prácticos para ello: hay gran número de fotógrafos callejeros en la ciudad y les sobran los clientes. «Siempre se ve algún que otro soldado posando de pie con una sonrisa mitad avergonzada mitad desafiante, al que rodea un corro de amigos que le critican y se burlan». Es más bien por razones estéticas por lo que hay que esperar. Un día que su calefactor no se ponía en marcha ella le echó un chorrito de gasolina y «zas, por segunda vez este año, me quedé sin cejas, pestañas ni flequillo». King no quiere que la retraten hasta que le hayan vuelto a crecer. Ya en una carta anterior le comunica a su padre que es muy probable que ella jamás pueda volver a llevar una vida familiar normal. «Ay, papá», escribe:
A menudo me pregunto qué pensarás cuando volvamos a vernos tras estos cinco largos años. Me consta que me he vuelto terriblemente tosca y ruda por el trato continuo con hombres, y ya no soy en absoluto dulce, bonita ni atractiva.
El lunes vuelve a partir rumbo a Santi Quaranta. Arriba en el frente, como de costumbre, no pasa nada de nada.