Viernes, 21 de diciembre de 1917
HERBERT SULZBACH VE LA NIEVE CUBRIENDO LE CHEMIN DES DAMES
Ocho grados bajo cero. Una espesa capa de nieve cubre el suelo, tapando la explanada de la batería y las piezas. El frente está en calma. Esporádicamente cae alguna que otra granada, por azar, muy de vez en cuando. Es lo que hay en estos momentos. Rutina. Como casi todo. «Somos una muralla viviente, al igual que los del otro bando también lo son, una fortaleza de miles de kilómetros, en la cual cada uno de nosotros desempeña su servicio militar calladamente, dando por sentado su trabajo». Un día se suma a otro, una semana a otra, un mes a otro mes.
Parte de esas rutinas son las visitas de su Feldwebel (sargento primero). Este llega un par de veces por semana en su montura procedente del campamento de la retaguardia para entregar la paga o para hacerse cargo de alguna tarea administrativa. El sargento es uno de los veteranos que quedan de 1914, un hombre de confianza y buen corazón que se ha ganado la estima de Sulzbach. En general, éste aprecia mucho a sus soldados. Ocurre que a veces los espía, que los observa sigilosamente mientras ellos, sentados en los mal iluminados refugios, leen o conversan, juegan a los naipes o tocan la armónica. Esas visiones suelen reconfortar su espíritu y él se va de allí sintiendo que sus hombres son buenas personas en quienes se puede confiar plenamente.
Hoy es uno de esos días en que su Feldwebel llega a caballo. Las diversas formalidades se zanjan en un santiamén. Sulzbach y el sargento se despiden. El hombre está de excelente humor cuando se aleja por la nieve camino del campamento.
Al cabo de diez minutos suena el teléfono de campaña. La llamada proviene de una unidad situada detrás de ellos. El sargento primero ha muerto a causa del impacto directo de una granada. Es fácil imaginarse la escena, el contraste de los colores.
También en torno a las defunciones existen elaboradas rutinas que se siguen de forma automática. El hecho de que alguien caiga ya no provoca muchos comentarios. La reacción del propio Sulzbach rezuma resignación: «Acabo de perder a uno de mis más valientes». Los soldados, en cambio, están muy afectados; otro de los veteranos que desaparece. Solo durante el último año han muerto varios de los amigos personales de Sulzbach: Becker, en St. Quentin, donde se lo habían pasado tan bien juntos; Lenne, el abogado, fallecido a causa de atroces heridas; Von Maurig, su antiguo compañero de clase, abatido mientras pilotaba su aeroplano; Zimmer, a quien conoció en mayo; y Peter, el bajito, siempre tan contento, caído también en combate. El padre de Kurt Reinhardt también ha caído.
Ocho grados bajo cero. Una espesa capa de nieve cubre el suelo, tapando la explanada de la batería y las piezas. El frente está en calma. Esporádicamente cae alguna que otra granada, por azar, muy de vez en cuando.