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Miércoles, 5 de diciembre de 1717

PAOLO MONELLI ES HECHO PRISIONERO EN CASTELGOMBERTO

Ya ayer presintió que se acercaba el final. ¿El final, en singular y con artículo determinado? Claro que esta batalla podría tener más de un desenlace, pero las probabilidades de que sea uno feliz disminuyen cada hora que pasa. Tras una intensa preparación artillera, tras ser bombardeados con gas de combate, tras la amenaza de ser rodeados, tras fallidos contraataques, tras confusos combates cuerpo a cuerpo, Monelli y su compañía se han retirado para tomar una posición más abajo, en un bosque a las afueras de Castelgomberto. Pero cuando salga el sol las tropas de asalto austríacas atacarán también este lugar. «Ha sonado la hora. La hora que vaticiné, involuntariamente, desde mi primer día en esta guerra. Es como si todo lo que el pasado ha traído consigo de lucha, de sufrimiento y esfuerzo se hubiera concentrado con enorme potencia en un único y decisivo instante».

Hace frío, nieva, todo está oscuro. Monelli y sus soldados tienen frío, hambre y sed. La retirada de ayer fue tan precipitada que no hubo tiempo de comerse la cena que ya estaba dispuesta, ni de llevársela siquiera. El miedo y la incertidumbre son magníficos. No saben exactamente dónde se encuentra el enemigo. Monelli envía una patrulla para establecer contacto con las tropas amigas que han de, deberían, pudieran estar a su izquierda, pero la patrulla no regresa. Dormir tampoco pueden. Llevan consigo un lanzagranadas con el que disparan a tientas a la noche. Tienen diez cajas de granadas y les gustaría gastarlas antes de que se produzca el próximo asalto. Además: ¿por qué habría de disfrutar el enemigo allá fuera del sueño reparador que a ellos se les niega?

Amanece. Tan pronto clarea lo suficiente como para poder disparar, las ametralladoras austríacas comienzan a barrer su posición. A continuación granadas. El refugio se llena de humo. Les escuecen los ojos y los oídos. La situación se está volviendo desesperada. La situación es desesperada. La compañía está disuelta, hambrienta y prácticamente desprovista de munición.

Se rinden. Soldados austríacos les rodean.

Monelli saca su revólver, lo tira, lo ve rodar por una pendiente. En este instante le invade la amargura: 30 meses de guerra para acabar en esto. Ve llorar a varios de sus soldados veteranos. Oye exclamar a un hombre: «¡Pero qué va a decir mi madre!».