18.

Sábado, 28 de noviembre de 1914

MICHEL CORDAY ALMUERZA CON DOS MINISTROS EN BURDEOS

La tertulia consta de seis personas, que hablan de esto y de lo otro.

La conversación, sin embargo, se desliza constantemente hacia el tema de la guerra, tal es la fuerza de gravedad de este suceso. Comentan, por ejemplo, que existe una palabra para designar a una mujer que ha perdido a su marido («viuda») pero ninguna para designar a la mujer que ha perdido a un hijo. O que es muy posible que los zepelines alemanes alcancen y bombardeen París. O que en Londres han comenzado a colocar pantallas especiales en las farolas de las calles y que quien las ha ideado es el conocido coreógrafo Loie Fuller. O el asunto de la curiosa carta en cadena con unas plegarias que ha empezado a circular y en la que se exhorta al destinatario a copiar la plegaria que ha recibido y enviarla a otras nueve personas, porque de lo contrario «caerá la desgracia sobre ti y tus seres queridos».

Sí, es muy difícil eludir el tema de la guerra, máxime cuando dos de los caballeros sentados a la mesa forman parte del gobierno.

Uno es Aristide Briand, ministro de Justicia y veterano animal de la política donde los haya, hombre astuto y pragmático (algunos dirían oportunista), vagamente rojo y declaradamente anticlerical; la influencia del elocuente Briand en la política va en alza, y muchos de los otros ministros le envidian por el hecho de que él ya ha visitado el frente. También es él quien este mes ha lanzado una idea especial: puesto que la guerra parece haberse estancado en el oeste, ¿por qué no enviar un ejército francobritánico a otra parte, a los Balcanes, por poner un ejemplo? El otro es Marcel Sembat, ministro de Obras Públicas, abogado, periodista y uno de los dirigentes del Partido Socialista Francés. Ambos mencionados forman parte del gobierno de coalición que entró en funciones tras el estallido de la guerra. Que Briand entrase a formar parte del gobierno no ha sorprendido a casi nadie: es un arribista notorio, está acostumbrado al poder, a sus condiciones y oportunidades. El nombramiento de Sembat, en cambio, ha cogido a casi todos por sorpresa, especialmente a los radicales; en esa facción hay muchos que consideran el hecho una traición del mismo calibre que la cometida por los socialdemócratas alemanes al aceptar los créditos de guerra[37].

A medida que avanza la conversación se va haciendo patente que ni siquiera los ministros saben con exactitud cuántos soldados hay en el ejército. Por un lado, debido a que los altos mandos —que con frecuencia muestran abiertamente su desprecio por los civiles en el poder— tienen fama de andarse con tapujos y, por otra, porque todavía no se ha puesto orden a los registros y plantillas del ejército tras la gran movilización de finales de verano y las colosales bajas sufridas durante el otoño, que culminaron en la batalla del Marne. (Cuántos han muerto es un secreto y lo seguirá siendo hasta el final de la guerra). Tampoco hay ministro civil que ose alzar la voz contra los generales: en todos los países contendientes estos siguen gozando del estatus de infalibles superdioses. Sí se ha conseguido, sin embargo, presentar una estimación aproximada a partir de las cifras de las cantidades totales de raciones de rancho que se sirven diariamente en el ejército. Partiendo de este dato se calcula cuántas botellas de champán habrá de distribuir el gobierno entre las tropas por Nochebuena.

Después del almuerzo Corday siente una pizca de aflicción tras ver a su antiguo ídolo Sembat tan a gusto en su nuevo papel de ministro, tan encantado con su título. Corday anota en su diario:

Las excepcionales circunstancias le han permitido llegar a disfrutar de una posición de poder que él antes, por principios, rechazaba: pero cuán triste resulta ver a estos hombres ahora, verles viajar de aquí para allá en sus automóviles, ver lo estirados que van en sus trenes especiales, lo feliz y abiertamente que se regodean ejerciendo su poder.