178.

Lunes, 3 de diciembre de 1917

ELFRIEDE KUHR VE PARTIR DE SCHNEIDEMÜHL EL ATAÚD
CON EL CUERPO DEL TENIENTE
WALDECKER

El día es rigurosamente frío, y ella está ahí de pie, esperando. Durante dos interminables horas ha estado esperando. En la mano sostiene una rosa que ha comprado con sus ahorros. Por fin, hacia las tres y media, se oye el primer redoble de tambor. Después van añadiéndose más sonidos: primero el de unas botas marchando perfectamente acompasadas, después el de unos instrumentos de viento, después canto de voces. Luego ve llegar el cortejo: primero la orquesta con sus uniformes de campaña grises, después el sacerdote castrense, después el coche fúnebre, después los allegados del difunto, después una guardia de honor compuesta de soldados con cascos de acero y fusiles.

¿Los allegados? Ella debería estar entre ellos, ya que es una de ellos. El teniente Werner Waldecker ha muerto. Perdió la vida cuando su avión se estrelló hace dos días. Elfriede se enteró al llegar a la escuela en el día de ayer. En su mente se abrió como «un agujero negro», y los movimientos de su cuerpo se hicieron puramente mecánicos. Después, fueron taponando el agujero dos pensamientos. El primero: ¿Qué aspecto tendrá ahora? ¿Estará el cráneo partido, roto en pedazos? El segundo: ¿Cómo voy a ocultar mis sentimientos a la gente?

El coche fúnebre viene rodando hacia ella. Ve el ataúd. Es marrón con una tapa plana. Encima hay una corona de flores. Cuando el coche llega a su altura ella da unos pasos adelante y lanza la rosa sobre el ataúd. La rosa resbala y cae al pavimento.

El coche se interna entre la verja abierta de la sección de mercancías de la estación. Al difunto lo van a facturar. En la vía aguarda un vagón de mercancías de color óxido. Levantan el ataúd. Ahí, entre pilas de cajas de embalaje, recita el sacerdote algunas frases de un librito negro. Se descubren la cabeza. Al unísono, los presentes rezan un padrenuestro. La guardia de honor levanta los fusiles y dispara tres salvas muy seguidas. A continuación se hace el silencio. Elfriede percibe el olor a humo de pólvora. Trasladan el ataúd al vagón que le espera, así como la corona, después de lo cual unos ferroviarios enfundados en ropas de trabajo tiznadas de hollín corren con un golpetazo la puerta del vagón.

Elfriede sale de nuevo a la calle. Ve su rosa tirada en el suelo. La recoge. La flor está intacta. Se la acerca a la nariz y se aleja de allí corriendo cabizbaja. A sus espaldas suena todavía la música militar.