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Miércoles, 24 de octubre de 1917

MICHEL CORDAY ESCUCHA CONVERSACIONES CALLEJERAS EN PARÍS

Se avecina un cuarto invierno de guerra, y el desánimo que se respira en París es mayor que hace un año. Aun así, hay menos escasez. Si tienes dinero puedes comprar de todo. Los estraperlistas también son ahora más numerosos, más ricos y más desvergonzados a la hora de actuar. Muchos de los mejores restaurantes han empleado a mutilados de guerra y veteranos cargados de condecoraciones en calidad de porteros, y Corday se pregunta qué pensarán esos hombres al estar ahí de pie y tener que abrirles la puerta a individuos que no son más que «un apetito voluminosamente encarnado que corre hacia su comedora». Corday anota en su diario:

Por las calles se oyen los pequeños proyectos que planifica la gente. A menudo dicen «cuando acabe la guerra, yo…» en el mismo tono tranquilo en el que dicen «después de ducharme, yo…». Clasifican este devastador acontecimiento mundial bajo la misma categoría que las catástrofes naturales. Sin sospechar por un momento que ellos mismos podrían ponerle fin, que la parasitaria pervivencia de la guerra se fundamenta en su consentimiento.