Lunes 10 de septiembre de 1917
ELFRIEDE KUHR PREPARA EN SCHNEIDEMÜHL UNA TORTILLA PAISANA
Todo el mundo habla de comida, de almacenar reservas. Nadie quiere tener que volver a pasar un invierno como el anterior, «el invierno de los colinabos». Por fortuna, en el sótano de la Alte Bahnhofstrasse 17 no faltan patatas (le compraron todo un camión al señor Kenzler), y también hay nabos. De pan y grasa no les queda casi nada. Su dieta es, sin duda, gris y monótona[233].
Con todo, a Elfriede se le da muy bien la tortilla paisana, un plato que, tanto a ella como a su hermano les encanta. Primero frota la sartén con un trozo de tocino rancio. Después echa sal y coloca las rebanadas de patata, que fríe con cuidado para que no se quemen. Después coge un huevo y lo bate mezclado con agua, harina, sal y pimienta, lo echa todo en la sartén junto con un poco de cebolla o ajetes, si es que hay. El truco está en echar la cantidad adecuada de agua, la suficiente como para cubrir la patata pero sin que se pierda el aroma del huevo.
Hace dos días ella y su amiga Trude dieron un largo paseo con los tenientes Leverenz y Waldecker. Hacía un calor todavía estival, y recorrieron a pie todo el camino hasta Köningsblick. El teniente Waldecker caminó siempre a su lado, la escuchó, abrazó, se rió de sus anécdotas, la miró de un modo extraño pero cariñoso, le besó las yemas de los dedos, la punta de la nariz, la frente. En un momento dado, el teniente Leverenz levantó el índice contra su colega diciendo en tono burlón: «¡Ojo, que es una menor!». Luego el teniente Leverenz y Trude se besaron sin parar. El teniente Waldecker, en cambio, se contentó con coger la mano de Elfriede y apretar la cabeza de ella contra su hombro. No regresaron hasta el atardecer, y al despedirse en la escalera del inmueble de la Alte Bahnhofstrasse él le susurró al oído que la amaba. Él, el teniente Waldecker, con su bonito uniforme de aviador, su gorra de oficial ladeada, sus guantes de cuero, su Cruz de Hierro, sus ojos azules y su pelo rubio. Ella se aturdió, se puso alegre y contenta.
Con todo, o tal vez por eso, Elfriede sigue jugando a sus habituales juegos con Gretel Wagner. Lo que más le gusta es ser el teniente Von Yellenic y que Gretel sea la enfermera Martha. Sus juegos han dado un nuevo giro: por lo general el teniente Von Yellenic está tremendamente enamorado o bien de alguna inventada dama ausente, o bien de la enfermera Martha. Por desgracia, el objeto de sus sentimientos es la esposa de un comandante, con lo cual su amor nunca podrá ser otra cosa que un enamoramiento platónico a distancia.
Éstas son las cosas que más la ocupan actualmente. Sucede que ella, como antaño, baja a la estación para ayudar a su abuela en la cantina de la Cruz Roja o simplemente para mirar los transportes de tropas o los trenes-hospital. Pero cada vez con menos frecuencia. Aquellas líneas de banderitas negras-blancas-rojas del mapa bélico que cuelga en el aula ya no le interesan. En la escuela ya casi nunca comentan lo que sucede en los distintos frentes, solamente, y no es seguro, si un pariente o un conocido de alguno de los alumnos ha resultado muerto. Hace ya mucho tiempo que no les dan fiesta para celebrar alguna victoria. La guerra, escribe Elfriede en su diario, ha durado ya tanto que casi:
… se ha normalizado; resulta difícil recordar cómo era la vida en tiempos de paz. Ya apenas pensamos en la guerra.