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Un día a finales de agosto de 1917

HERBERT SULZBACH HACE UNA GUARDIA NOCTURNA EN LE CHEMIN DES DAMES

Desde el punto de vista erótico ha sido un buen año para Herbert Sulzbach. Siendo tan sociable ha notado que es mucho más fácil relacionarse con mujeres ahora que antes de la guerra. También su uniforme de oficial ayuda. Actualmente tiene relaciones con dos chicas al mismo tiempo: una en Bonn, a la que conoció durante un viaje en tren, y otra en Fráncfort del Meno. Pero por otro lado, eso sea probablemente lo único de veras bueno que le haya deparado 1917.

Su amigo Kurt Reinhardt ha ingresado en la aviación, lo cual refuerza los sueños de convertirse en piloto del propio Sulzbach. A ambos les gusta imaginar que un día les destinarán a la misma unidad.

Su verano ha transcurrido principalmente en Le Chemin des Dames, cerca de uno de los lugares de peor fama, una loma desierta del todo y asolada por las bombas que los soldados alemanes llaman Winterberg (Montaña de Invierno). Su servicio ha sido desagradable y, como siempre, peligroso, aunque soportable. Tras los virulentos ataques iniciales de los meses de abril y mayo los franceses se han mantenido extrañamente tranquilos. Sin embargo, los duelos de la artillería han continuado igual, por lo general sin que ninguno de los bandos salga de sus líneas. Sería lícito preguntarse a qué se debe. Es como si el bombardear se hubiese convertido en un reflejo, en una mala costumbre.

Cuando Sulzbach se dirige a su puesto de observación suele pasar delante de los restos calcinados de unos carros de combate, reliquias del intento francés de abrir una brecha en el mes de abril. Los carros están cubiertos de pintadas hechas con tiza. Aunque ahora solo sean carcasas vacías y oxidadas a Sulzbach le atemorizan bastante. Se ha dedicado a fotografiarlas con su pequeña cámara fotográfica. Les han dado cascos de acero, lo cual está bien, ya que el fuego artillero enemigo con frecuencia es más intenso sobre los sectores que se extienden entre las trincheras y las posiciones frontales de la artillería de campaña.

Con frecuencia le toca hacer el turno de noche. Él lo agradece. Entonces todo está más tranquilo. Solo se oyen explosiones puntuales, o el zumbido de algún aeroplano que, de vez en cuando, cruza la bóveda sembrada de estrellas. Además, se da un contraste. Porque aunque el inmóvil y silencioso paisaje bañado por la luna que él barre con la vista dé la impresión de estar desierto, sabe que esconde miles de cañones, cientos de miles de soldados, y en momentos como ese ya no consigue comprender cuál es el sentido de todo aquello. Sulzbach escribe en su diario:

Llevo ya más de tres años en campaña, y a veces mi necesidad de guerrear está ya saciada. Para un hombre joven la vida no empieza hasta los 20 años, y lo que empezó para nosotros a esa edad fue la guerra, la cual nos ha transformado como personas; hay veces en que tienes la impresión de que nunca serás capaz de reír de nuevo.