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Domingo, 26 de agosto de 1917

HARVEY CUSHING CONSIGUE VER EL MAPA TRIDIMENSIONAL

El frente está tranquilo, pero la calma es provisional. Eso lo sabe todo el mundo. Gran parte de la mañana se ocupa en cambiar las vendas de los heridos. Cushing tiene la impresión de que muchos de los que operó días atrás se están recuperando, o tal vez ello solo se debe a que, gracias a que ha podido dormir dos noches seguidas, está de mejor humor.

De momento, el número de unidades norteamericanas combatientes es prácticamente nulo, así que Cushing y su unidad sanitaria han sido trasladados al norte, al frente de Flandes. Desde finales de julio se está librando una nueva ofensiva británica, la mayor de todas. El acontecimiento ya tiene nombre: tercera batalla de Ypres.

Ya son cuatro las ofensivas a gran escala que se han realizado. La lluvia ha dominado casi siempre. El campo de batalla se ha convertido en un mar de lodo. Hasta el día de hoy los éxitos han sido proporcionalmente inversos al cuantioso índice de bajas, pero es difícil saber algo al respecto. Son muy pocos los que gozan de una perspectiva de conjunto: la censura es severa y los comunicados oficiales no dicen nada. Sin embargo, Cushing se ha vuelto bastante ducho en adivinar lo que sucede mediante el estudio del flujo de hombres rotos y sangrantes que les llegan en la interminable hilera de ambulancias salpicadas de barro. ¿Cuántos son los heridos? ¿De qué humor están? ¿Cuánto tiempo han tardado en llegar al puesto de socorro? Por lo general, los heridos están tan enfangados que el proceso de desprenderles de la ropa, la suciedad y encontrar las heridas dura mucho más de lo normal. A los que les han puesto la vacuna antitetánica les escriben una T en la frente con un rotulador de anilina. Junto al hospital hay un cementerio que aumenta constantemente de tamaño. Las tumbas las cavan trabajadores chinos que visten unas túnicas azules.

La especialidad de Cushing son las lesiones craneales graves. Su ambición es poder realizar ocho operaciones diarias. Las intervenciones las realiza en una tienda de campaña, equipado con un grueso delantal de goma y botas de marcha. Una de sus especialidades es extirpar con gran cuidado fragmentos de metralla del encéfalo de los heridos mediante un potente imán. Los casos de una simple herida de bala en el cuerpo son contados, y las lesiones por bayoneta verdaderas rarezas. Casi todos sus pacientes han sido abatidos por granadas, y la inmensa mayoría sufre más de una lesión. Cushing se ha convertido en una especie de experto en heridas, entre otras cosas ha aprendido que la lesión más peligrosa a menudo se oculta tras el orificio de entrada más insignificante. El horizonte aparece ribeteado de globos cautivos. De vez en cuando caen bombas en las proximidades. Cuando disponen de algún tiempo libre juegan al tenis en una cancha anexa.

Después del almuerzo Cushing y un colega visitan las otras unidades sanitarias de los alrededores, donde tienen amigos. Para variar, el tiempo es seco y bueno. El sonido de un fuego artillero poco nutrido flota en el aire estival. El camino desde Mont des Cats hasta Rémy pasa por una alta loma donde la vista es estupenda. Por el norte se intuye la línea del frente de Ypres como una franja de fogonazos.

Un coronel canadiense le permite a Cushing ver algo que desde hace tiempo despierta su curiosidad: uno de los grandes mapas tridimensionales de la batalla, hechos con arena y a escala 1:50, que son utilizados al prepararse una nueva ofensiva. Todo está minuciosamente señalado: cada bosque, cada casa, cada cota. Las trincheras propias están señaladas con cinta azul, las alemanas con cinta roja. Cushing lee los nombres que están expuestos en unos pequeños letreros: Inverness Copse, Clapham Junction, Sanctuary Wood, Polygon Wood. No es que Cushing se aclare demasiado, pero a juzgar por el mapa, la próxima ofensiva seguramente se dirigirá contra Glencourse Wood, un bosque que destaca en forma de un arco rojo en medio de todas las verticales azules.

No solo ellos estudian el mapa. También hay varios oficiales y suboficiales que intentan aprenderse el terreno. Mañana serán estos hombres quienes «salten por el parapeto».

Cushing y su colega regresan justo a tiempo para la cena.

Posteriormente el jefe de la unidad se marcha con el ejemplar del Times de ayer que pertenece a Cushing y que él aún no ha leído. A la pregunta de Cushing, el oficial de alta graduación —escondiendo el periódico tras la espalda— le remite a un boletín del ejército que está clavado en la puerta de la cantina de los oficiales. Al mosqueado Cushing el documento criptografiado, con sus coordenadas y sus claves, le resulta completamente ininteligible:

Informe matinal aaa YAWL informa S. O. S. enviado

hacia las 5 a. m. esta mañana a

la izquierda del CABLE y a la derecha de LUCKS

frente J. 14.A. 5.8 a la derecha hacia las 5 a. m.

los puestos en J. 14.A. 7.4. fueron hundidos

los puestos en J. 14.A. 8.8. se mantienen todavía aaa…

Hacia la medianoche Cushing se halla en su tienda de campaña escuchando el pesado bombardeo preliminar que retumba a lo lejos. Poco después la lluvia vuelve a tamborilear sobre la lona de la tienda.

Al día siguiente alguien le cuenta a Cushing que entre el 23 de julio y el 3 de agosto se derivaron 17 299 casos de los tres hospitales de sangre de esta localidad a otras localidades, bien para recibir nuevos tratamientos bien tras ser dados de alta. (Los muertos no se incluyen en esta cifra, claro está). El 5.º Ejército dispone de otros 12 hospitales de campaña iguales.