Miércoles, 8 de agosto de 1917
FLORENCE FARMBOROUGH CRUZA LA FRONTERA CON RUMANÍA
Ya a las seis de la mañana inician la marcha. Ha llovido y los caminos están embarrados. Pero el paisaje abierto, ondulado, con tonos y siluetas matizados por la suave luz matinal, le gusta. Cruzan el Prut por un puente en el que trabajan prisioneros austríacos. Farmborough observa que las tiendas de campaña de los prisioneros están empapadas por la lluvia. Algunos de los prisioneros están ahí plantados, inmóviles, mientras esperan que el sol naciente les seque la ropa mojada.
Cuando los carros, después de traquetear por las tablas de madera del puente, salen rodando por la ribera opuesta se encuentran ya en Rumanía. ¿De dónde sacan sus esperanzas? Ayer, cuando les anunciaron que debían dirigirse al país vecino del sur, el personal de la unidad sanitaria recibió la orden con alegría. En parte se trata de una huida, aunque no solo de los alemanes que avanzan, sino sobre todo de las escenas de decadencia, desmoralización y retirada que han dominado la última semana.
A estas alturas la «ofensiva de la Libertad[232]», el último esfuerzo del nuevo gobierno de seguir adelante con la guerra, se ha venido abajo. La unidad de Farmborough pertenece al 8.º Ejército, el cual en un principio realmente consiguió romper las líneas enemigas al sur del Dniéster, pero que tras un avance de solo unos 30 kilómetros escasos quedó frenado a causa de la falta de suministros para llenar los depósitos y de la falta de entusiasmo entre los soldados. Estos últimos han organizado reuniones, planteado preguntas, discutido condiciones, elegido comités y exigido que fueran ellos mismos quienes nombraran a sus oficiales. Las deserciones han aumentado considerablemente y se producen ahora a la luz del día. Divisiones enteras se han negado a ir al ataque. Sorprendida y molesta, Farmborough ha podido constatar que gran parte de los soldados verdaderamente no quieren luchar más. La aversión que muestran hacia sus propios oficiales ha encontrado, además, un nuevo blanco en la figura de las enfermeras. ¿Se debe a que son voluntarias, o a que son mujeres o a ambas cosas a la vez? Las acosan con frases despectivas, maldiciones y obscenidades; por primera vez Farmborough teme a sus propios soldados y tiene que esconderse de ellos.
A lo mejor al otro lado de la frontera evitarán tener que presenciar la progresiva disolución del ejército ruso. Además, al otro lado de la frontera unidades rumanas y rusas han iniciado una pequeña filial de la ofensiva de la Libertad. Y la última vez que recibieron noticias parecía que progresaba, no sin éxito. En fin, que los del hospital móvil han celebrado esta marcha con júbilo, no ya porque fuera a llevarles lejos de la guerra, sino porque iba a conducirles a un lugar donde podrían realmente contribuir con su aportación.
Se detienen en un campo a comer el rancho: unas gachas espesas con trozos de carne, pescado y verduras. El sol ocupa el centro de un cielo azul y hace mucho calor. Farmborough oye voces que riñen. De política, cómo no. Después capta algunos detalles: por lo visto, el jefe del gobierno piensa despedir a Brusilov, su héroe, como responsable de la fracasada ofensiva. Se suman más voces airadas. También Farmborough se indigna. Sin embargo, en vez de dejarse arrastrar a la discusión se aleja con una de sus camaradas para refrescarse en el río dándose un baño. Por desgracia, no encuentran ningún tramo que esté lo suficientemente apartado; por todas partes encuentran soldados. Así que vuelven a la columna que está emplazada en medio del campo. Se meten bajo uno de los grandes carros buscando sombra. Tendrá tiempo de escribir unas cartas antes de que les ordenen partir. Son alrededor de las cuatro de la tarde.
Posteriormente llegan a una pendiente larga y escarpada. Ahí deberán esperar su turno, ya que los caballos necesitan ayuda para tirar de los cargados carros cuesta arriba. En su diario escribe:
Un montón de jóvenes soldados de confianza ayudaron a cada uno de los tiros a llegar hasta la cima. Allí arriba hubo muchos gritos y latigazos innecesarios. Esas pobres bestias amedrentadas ya sabían lo que se esperaba de ellas y hacían lo que podían, pero sus profundos, convulsivos jadeos y el sudor espumoso de sus cuerpos revelaban el tremendo esfuerzo que cada movimiento les suponía.
Después de esto continúan adelante por malos caminos, subiendo y bajando por el ondulado paisaje, atravesando aldeas de pulcras casitas de madera cuyas ventanas adornan cortinas, pasando de largo junto a mujeres y niños ataviados con trajes exóticos de hermosos bordados. Florence Farmborough oye a una anciana soltar un grito de espanto ante la visión de tanta gente uniformada, y a ella las palabras le suenan a italiano. Así que esto es Rumanía. Hacen un alto en una pequeña ciudad y les compran manzanas a los comerciantes judíos con rublos. Huevos no hay; unos soldados ya los han comprado todos. El tórrido calor estival afloja un poco cuando se meten en una hermosa y sombría pineda. Al atardecer levantan el campamento en la pendiente de las afueras de una aldea. El calor les hace evitar las tiendas y despliegan sus catres al aire libre. Su jefe ha conseguido dar con un periódico que tan solo tiene tres días y, alrededor del fuego de campamento, lo lee en voz alta. La mayoría de las noticias versan sobre lo de siempre: el caos político que reina en la capital rusa, cosa que no despierta demasiado interés en Farmborough. Una historia, en cambio, la emociona tanto a ella como a varias de las demás enfermeras. Y es la notificación de que, en el actual estado de crisis, se han creado batallones de infantería compuestos enteramente por mujeres.
Ella sabía ya con anterioridad que hay mujeres soldado en el ejército ruso. Incluso ha conocido a varias de ellas, en calidad de heridas. Recuerda especialmente a una que estuvo atendiendo en Galitzia, una chica de 20 años con una herida muy fea en una de las sienes producida por una bala que le pasó rozando. La muchacha quería volver enseguida a la línea de fuego. Los batallones nuevos, enteramente compuestos de mujeres, se han creado por iniciativa de una tal María Bashkarova, una siberiana de extracción humilde que empezó luchando junto a su marido y que, tras caer él en combate, se quedó en el ejército. La han herido y condecorado en repetidas ocasiones y ha ascendido al grado de sargento. En el periódico hay una cita suya: «¡Si los hombres se niegan a luchar por su país, nosotras les enseñaremos lo que hay que hacer!». Ya se ha utilizado un batallón femenino en combate, precisamente durante la malograda ofensiva de la Libertad, donde las destinaron a mantener una trinchera que había sido abandonada por tropas de desertores. A Farmborough y a las demás enfermeras le parecen noticias maravillosas.
La noche es cálida. En lo alto del cielo estrellado brilla suspendida una gran luna.