Jueves, 2 de agosto de 1917
ANGUS BUCHANAN TOMA PARTE EN EL ASALTO DE LA LOMA DE TANDAMUTI
Una nueva marcha nocturna, un nuevo asalto. La árida loma se alza ante su vista, elevándose por encima de la espesa vegetación como el espinazo de un prehistórico animal ahogado. En la cresta puede distinguirse una vasta arboleda. En ella se oculta un fuerte. Esa fortificación es el objetivo de su ataque.
A las 9.00 horas se inicia el asalto principal. El ruido del persistente tableteo de las ametralladoras y de los huecos estampidos de los lanzagranadas se propaga por el monte bajo. La primera oleada está compuesta por un batallón de negros, el King’s African Rifles. Sufren cuantiosas bajas, y su ataque queda frenado en la pelada ladera. Convocan ahora a la segunda oleada. Se trata de la unidad de Buchanan, la 25th Royal Fusiliers. Sus hombres han comenzado a sentir respeto por los soldados negros y hasta han llegado a desarrollar una especie de compañerismo con algunas de las compañías africanas más experimentadas, algo impensable antes de la guerra. Buchanan es jefe del pelotón que sirve a las ametralladoras, y él y sus hombres siguen a la cadena de tiradores, enfilando la ladera sembrada de cuerpos de la loma, escalando hacia la cima. El tiroteo crece hasta convertirse en fragor.
A medida que las fuerzas alemanas se han visto acorraladas en un rincón cada vez menor de la colonia y que han empezado a ofrecer resistencia desde diversas posiciones fortificadas, los combates se han vuelto cada vez más intensos y costosos. Aunque la cantidad total de soldados involucrados es considerablemente menor que durante anteriores campañas, el índice de caídos en combate es tres veces mayor.
El grado de desesperación en ambos bandos también ha aumentado. Por parte de los alemanes debido a que éste es, como ya se ha dicho, el último pedazo de territorio que les queda en el continente. Entre los mandos británicos porque desde Londres les llegan proposiciones cada vez más duras referentes a que hay que poner fin a la campaña, y cuanto antes. No solo son los créditos de guerra los que están a punto de acabarse; sino también la flota de la marina mercante. Desde que los alemanes iniciaran su guerra submarina sin restricciones, hunden más barcos de los que los aliados alcanzan a construir[228], y en un contexto en el que uno de cada cuatro navíos no llega a destino y en el que el abastecimiento de las islas británicas se ve directamente amenazado, los convoyes a África del Este se contemplan como una especie de lujo.
Tras haberse retirado de aquel valle del Mohambika los alemanes se han hecho fuertes en la loma de Tandamuti. Aquí los ataques y contraataques se han ido alternando desde mediados de junio. Así pues, ha llegado la hora de uno más.
Las dos compañías de los 25th Royal Fusiliers continúan avanzando rápidamente hacia el grupo de árboles hasta que les corta el paso una boma, es decir, una ancha valla de espinos trenzados, obstáculo no menos efectivo que una alambrada. Al rebotar contra ella reculan hacia la izquierda. Entre tanto Buchanan, sin embargo, ha conseguido colocar en posición sus ametralladoras, a menos de 50 metros de la barrera de espinos. Se produce un violento fuego cruzado. En poco tiempo caen cuatro de sus «más competentes e inestimables tiradores de ametralladora». No obstante, Buchanan persevera. El fuego crepitante de sus ametralladoras barre de un lado a otro la posición enemiga mientras las granadas de los lanzagranadas situados a sus espaldas sisean casi imperceptiblemente por encima de sus cabezas y explotan entre llamaradas y humo en medio de los árboles[229].
Buchanan observa que el fuego con el que les responden desde el interior del fuerte mengua paulatinamente; de hecho, hasta le parece oír que tras la loma suenan cornetas alemanas llamando a retirada. Con la victoria al alcance de la mano le llega, no obstante, la orden de replegarse. Los alemanes han iniciado un contraataque más lejos. Dicho de otro modo, corren el riesgo de que se les aísle. Cuando Buchanan y los otros se retiran de la loma, les alcanza el sonido lejano de un intenso tiroteo. Todos los porteadores han desaparecido. Por el sendero se encuentran sus sacos, cajas de embalaje y baúles tirados de cualquier manera. Y apenas alcanzan a constatar que, obviamente, los askaris acaban de atravesar su impedimenta y que ellos mismos se convierten en el blanco de disparos hechos a corta distancia.
Más tarde llegan al hospital de sangre. Las tropas alemanas lo han saqueado, aunque con una sorprendente corrección formal. Los mandos de la unidad enemiga:
… hasta tuvieron la desfachatez de ordenar a los sirvientes nativos que les sirvieran té a los alemanes blancos, el cual se tomaron mientras cogían la quinina y demás medicinas que necesitaban. Sin embargo, esos mismos blancos habían tratado a los heridos con consideración y, pistola en mano, habían impedido que sus propios negros, frenéticamente excitados, molestaran a los pacientes.
Mientras la guerra en todos los demás frentes se caracteriza por una creciente brutalidad, los combatientes blancos en África del Este se muestran a menudo curiosamente caballerosos los unos para con los otros. Dicha camaradería no es únicamente un vestigio de la antigua idea de los años anteriores a 1914, según la cual las colonias debían mantenerse al margen de los conflictos, sino también una expresión del hecho de que todos, cual una gota blanca en medio del océano negro del continente, comparten una especie de destino colonial común[230]. En general, a los prisioneros blancos se les trata muy bien, y su rancho es mejor que el de los propios soldados. En una ocasión durante esta campaña un médico alemán atraviesa las líneas británicas para exigir que le devuelvan una maleta con equipo médico que se han dejado olvidada por descuido; no solo se la devuelven sino que le permiten regresar con los suyos. Cuando a Von Lettow-Vorbeck durante los combates le otorgan la medalla Pour le Mérite, la más alta distinción alemana, el general que es su adversario le hace llegar una cortés carta de felicitación.
Buchanan y el resto del batallón —los que todavía se tienen en pie— alcanzan el campamento de Ziwani hacia las once de la noche. Están completamente exhaustos. Durante las últimas 22 horas no han hecho otra cosa que marchar o combatir.
Dentro de una semana asaltarán la misma loma una vez más.
Este mismo día Harvey Cushing anota en su diario:
La lluvia estuvo cayendo a raudales todo el día, y también a raudales entraban heridos tiritando por la hipotermia, cubiertos de barro y sangre. Varios casos de GSW[231] en la cabeza, que al retirar el barro resultaban ser menudencias, y otros que eran mucho más graves de lo que en un principio suponíamos. Las salas de examen siguen llenas hasta los topes, es imposible dar abasto y la falta de método de la organización es para volverse loco. También las noticias son pésimas. La mayor batalla de la historia se ha hundido hasta la cintura en un cenagal, y los cañones se hunden aún más.