Sábado, 30 de junio de 1917
PAOLO MONELLI RETORNA DEL ORTIGARA
Ha sobrevivido cinco días allá arriba. A ratos les han bombardeado desde los cuatro puntos cardinales simultáneamente. Ha ocurrido que la montaña daba la impresión de ser traspasada por fuertes corrientes eléctricas; el suelo temblaba, daba saltos, chisporroteaba, crepitaba. Han vivido con los muertos, de los muertos: utilizando sus municiones, comiendo su comida, tomándose el agua de sus cantimploras, amontonando los cuerpos como escudo antibalas en el parapeto de la trinchera, poniéndose encima de ellos para aislar sus pies del frío. Al tercer día ya habían perdido uno de cada dos hombres, o bien caído en combate, o bien herido o con neurosis de guerra. Monelli cree que tal vez uno de cada diez saldrá ileso, y alberga la loca esperanza de pertenecer a esa categoría. Cuando la artillería enemiga les ha dado una tregua busca presagios en los versos de las páginas abiertas al azar de su Dante de bolsillo.
Y ha sobrevivido.
Escribe en su diario:
Mudo asombro ante este renacimiento, ante la posibilidad de poder captar nuevas impresiones sentado al sol en la entrada de mi tienda. La vida es un bocado delicioso que masticas en silencio con buenas muelas. Los muertos son camaradas impacientes que partieron con prisa para cumplir misiones desconocidas; en cambio, nosotros sentimos la cálida caricia de la vida al saborear algún entrañable recuerdo de familia: el alivio de poder comunicar una vez más a los pobres padres de allá abajo el retorno del hijo pródigo, cosa en la que no tenías valor para pensar el día de la partida.