Miércoles, 20 de junio de 1917
FLORENCE FARMBOROUGH REGRESA AL FRENTE EN LOSHCHINO
Un sol tórrido. Calor sofocante. Tormenta en el aire. Farmborough ve las tiendas de campaña cubiertas con ramas en lo alto de la colina. Ve caballos que se apelotonan bajo los contados árboles para disfrutar de la sombra. Ve figuras que se bañan en las aguas turbias del río. Se alegra de estar de vuelta. De momento reina la calma, pero corren rumores de que dentro de unos días el ejército ruso iniciará un nuevo ataque. En ese caso volverán a estar muy ocupados.
Farmborough solo ha estado fuera unos días, visitando a las enfermeras británicas de otra unidad, pero han bastado para hacerla sensible a cosas que antes formaban parte de lo cotidiano. Como la comida. Ante el plato de gachas del rancho vacila; los grumos de grasa le dan asco. Y la sopa de pescado está demasiado salada. Pese a estar hambrienta no prueba otra cosa que pan negro regado con té. Halla la conversación deprimente; dominan las actitudes pendencieras.
Tras la cena, Sofía y yo caminamos hasta la cima de nuestra colina. A lo lejos los altos picos de las montañas flotaban sobre una suave bruma de color azul cobalto. Las pequeñas aldeas de Saranchuki, Kosovo y Rybniki yacían a nuestros pies en los distintos valles. Podíamos ver que las granjas estaban destruidas y abandonadas. Las trincheras enemigas eran completamente visibles; parecían encontrarse peligrosamente cerca de las líneas rusas, a solo 20 metros, había oído decir Sofía. Los campos circundantes están sembrados de las manchas rojizas de las amapolas, también hay margaritas y algún que otro anciano. Cuánto consuelo se encuentra en un campo de amapolas, su encanto tiene algo de acogedor y casero.
Este mismo día Elfriede Kuhr anota en su diario:
Esta guerra es un harapiento fantasma gris, una calavera de la que salen gusanos. Desde hace varios meses se están librando nuevos combates en el frente occidental. Tenemos batallas en Le Chemin des Dames, en Aisne y en la Champaña. Toda la región no es más que un campo de ruinas, hay sangre y barro por todas partes. Los ingleses han introducido un arma nueva y terrible, un vehículo acorazado sobre rodillos que puede aplastar cualquier tipo de obstáculo. A estos vehículos acorazados les llaman «tanques[223]». Nadie está a salvo de ellos; ruedan por encima de cualquier batería de artillería, de cualquier trinchera, de cualquier posición, y las allanan, por no decir lo que hace con los soldados. Todo aquél que intenta salvarse en el embudo de una granada ahora lo tiene muy negro. Después está el endemoniado gas tóxico. Los ingleses y los gabachos todavía no han desarrollado (a diferencia de los soldados alemanes) máscaras antigás seguras, con provisión de oxígeno. También hay un gas venenoso que traspasa la ropa. ¡Qué manera de morir!