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Martes, 29 de mayo de 1917

ANGUS BUCHANAN CONTEMPLA LA CÁNDIDA PLAYA DE LINDI

A veces, tres meses transcurren deprisa. Ése es el tiempo que la unidad de Buchanan ha pasado en Ciudad del Cabo. Ésa fue la duración de su estancia en «un país bello y pacífico», un verdadero paraíso. Este periodo de reposo era inevitable. Seguramente, sin él los hombres de la 25th Royal Fusiliers no habrían aguantado más. Durante los últimos tiempos en África del Este tanto entre los mandos como entre la tropa reinaba un clima de depresión y apatía.

De todos modos, en el periodo húmedo del año poco se puede hacer. Atrás, manteniendo las posiciones bajo unas lluvias torrenciales, han quedado batallones compuestos de soldados negros de Nigeria, Ghana, Kenia y las Indias Occidentales.

Ahora, tras el reparador descanso las unidades van de regreso a África del Este, y lo hacen en barco, para, restauradas sus fuerzas, terminar la faena, según dicen de una vez por todas. Bien es verdad que las fuerzas de Lettow-Vorbeck están arrinconadas en la esquina sudeste de la colonia, pero vencidas todavía no lo están. El nuevo comandante aliado, Van Deventer, por otro lado, es más dado a los combates directos que a las ingeniosas, pero a menudo vanas, tácticas de tenaza. («Hard hitting» [mano dura] es su método). Aunque las serpenteantes marchas a través del monte bajo y la selva pretendían reducir el número de caídos en combate y, en su lugar, marginar por medio de estratagemas al adversario, una y otra vez el resultado fue que las líneas de enlace se estiraron hasta el límite de lo posible. La opinión generalizada es que las vidas que el anterior comandante, Smuts, ahorraba en el campo de batalla con frecuencia se perdían en los hospitales. De los 20 000 soldados sudafricanos que han sido enviados a África del Este la mitad serán transportados de vuelta a sus hogares gravemente enfermos. Y muchos de los que, al igual que Buchanan, fueron evacuados a Sudáfrica para reponer fuerzas, se hallaban en tal estado de desnutrición y desgaste que han provocado la indignación pública. Son muchos los que nunca antes han visto hombres blancos en tal estado. Negros sí, ¡pero blancos!

El convoy, que transporta tropas en vistas a la inminente ofensiva, consta de cinco buques. Han echado anclas a menos de dos kilómetros de una playa de arena blanca, donde está pensado que desembarquen los soldados. Un poco más allá se halla la ciudad de Lindi, que ya ha pasado a manos de los británicos. Buchanan:

Contemplamos la costa con sentimientos contradictorios: todavía nos atraía la aventura, pero esta tierra, con todo su inmenso contenido, paraliza la imaginación inquieta. Así que contemplamos la costa en un estado considerablemente más sobrio que antes. Porque ahí frente a nosotros se extendía de nuevo el monte bajo, imperturbable como siempre, una tenebrosa presencia que, en realidad, no hay persona en el mundo capaz de desentrañar.

Un pequeño barco de vapor se arrima al crucero. Los hombres agarran su bagaje, su equipo y sus fusiles y descienden a él. El vapor lleva al grupo hasta una lancha que les aguarda para transportarles el último trecho, de agua muy poco profunda. Finalmente son depositados sobre la arena blanca, con su calzado seco gracias a los remeros negros que los cargan a cuestas.