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Miércoles, 25 de abril de 1917

ALFRED POLLARD ESCRIBE UNA CARTA A SU MADRE

Lo que le mantiene a él es la misma esperanza que también induce a muchos de los generales a perseverar en sus planes y ofensivas, a saber, la idea de que si bien es verdad que el propio bando sufre lo indecible, sin duda el bando contrario lo está pasando peor. Por eso todo se reduce a una cuestión de tiempo, a aguantar un poco, un poco más. Al final el frente del enemigo se derrumbará y la guerra estará decidida, ganada, terminada. (El empleo del término push [«empujón» en inglés] para denominar un gran ataque proviene de esta mentalidad. Todo lo que se requiere para que los alemanes muerdan el polvo es un buen empujón). La retirada planificada de Alemania en Francia se interpreta —y no del todo mal— como un signo de debilidad.

La unidad de Pollard es una de las que han ido siguiendo el rastro de los alemanes. En una ocasión él condujo a su compañía a lo alto de una colina, y por primera vez en casi tres años pudo contemplar un paisaje de un verdor primaveral casi intacto por la guerra. Creyó entonces sinceramente que el final estaba a la vuelta de la esquina, que era cuestión de presionar un poco, un poco más. Así que cuando le notificaron que su compañía iba a ser relevada, justo entonces, teniendo el final tan cerca, se sintió muy frustrado. «Pero las órdenes son órdenes y tienen que ser obedecidas». La compañía, reducida ahora a solo 35 hombres, marchó de vuelta por unos caminos llenos de barro. El sol de primavera calentaba tanto que hasta se quitaron los capotes.

Cuando el ejército británico a principios de abril inició una nueva ofensiva, esta vez en Arras, Pollard se hallaba en un campamento base recuperándose de una lesión de naturaleza banal: al dar un tropezón en la oscuridad se había hecho un esguince bastante feo. Sin embargo, no quería perderse el ataque por nada del mundo, así que se desplazó rápidamente a la sección del frente en la que su batallón aguardaba el momento de entrar en combate. Y una vez más le utilizaron para guiar patrullas de exploración en tierra de nadie.

Este día le escribe a su madre acerca de sus últimas hazañas:

El otro día, en una de las trincheras de los hunos, tuve una experiencia de lo más emocionante. Tras cortar un boquete en sus alambradas me metí en su trinchera, en la creencia de que estaba vacía. Pero no tardé en descubrir que estaba llena de hunos, razón por la que enseguida me batí en retirada. Por suerte logré salir de una pieza. Circula un rumor según el cual el jefe de brigada, tras este pequeño incidente, me ha recomendado para una nueva distinción, de modo que si mantienes los ojos pegados al periódico puede que pronto veas mencionarse mi nombre. No vayas a pensar que he tomado riesgos innecesarios, porque no es así. Solo he hecho lo que otros me dijeron que hiciera.

Bueno, querida y venerable señora, aunque hayamos salido del frente seguimos estando muy lejos de la civilización. Por cierto, me ha llegado otra caja llena de discos que no podré poner en el maldito gramófono mientras no tenga muelles nuevos. Así que date prisa en enviármelos, por favor.

Estoy de excelente humor y me encuentro muy bien. Además, he matado a otro alemán. ¡Hurra!