Un día de febrero de 1917
FLORENCE FARMBOROUGH REFLEXIONA SOBRE EL INVIERNO EN TROSTIANITSE
Ha sido un mal invierno en todos los sentidos, en el más amplio y en el más privado y particular. En diciembre le llegó la noticia de que su padre, a la edad de 84 años, falleció, y el mes pasado murió el padre de la familia rusa que la acogió, el famoso cirujano especializado en cardiología. En cuanto al frente, vuelve a estar estancado. En esta parte del frente oriental todas las operaciones militares de mayor envergadura se han paralizado debido a la nieve y las bajas temperaturas, así que a la unidad sanitaria a la que pertenece Farmborough solo llegan pacientes con cuentagotas. De vez en cuando entran un par de heridos, otro día un par de enfermos. En general, el personal no tiene nada que hacer.
Como de costumbre, la escasez de alimentos empeora durante los meses fríos, pero este año no podía pintar peor. Tanto en Moscú como en Petrogrado se han producido alborotos callejeros exigiendo pan. El cansancio de la guerra se agudiza por momentos, y el creciente descontento se manifiesta de forma inusitadamente abierta. Corren muchísimos rumores acerca de agitaciones, sabotajes y huelgas. Antes de 1914 hubo una serie de entendidos en materia económica que sostenían que, de tener lugar una guerra, ésta debía ser corta, ya que una guerra prolongada supondría una catástrofe para la economía. Al final han tenido razón: en todos y cada uno de los países beligerantes el dinero, el dinero de verdad, se ha acabado, y desde hace un tiempo la guerra, en ambos bandos, se financia bien a fuerza de créditos, bien a fuerza de imprimir billetes de banco. La falta de comida en Rusia se debe, por tanto, no solo al riguroso invierno y a la pura carestía; es también el resultado de una creciente inflación. Por añadidura, el júbilo que siguió a las numerosas victorias del verano ha desembocado en desilusión y mutado su opuesto al quedar claro que el alto índice de víctimas no condujo a ningún punto de inflexión permanente, que nunca condujo a nada decisivo.
Del hastío general que provoca el conflicto bélico han surgido unas voces críticas cada vez más estridentes que se alzan contra la plana mayor que dirige la guerra e incluso el zar. Los rumores acerca de lo que ha sucedido o, tal vez, incluso esté sucediendo en la corte circulan con especial intensidad. El asesinato del notorio monje Rasputín, ocurrido hace mes y medio, solo parece confirmar la idea de una corrupción que se ha propagado hasta la cúspide[211]. A Farmborough, absorta como ha estado en las dos defunciones de su entorno particular, mucho de todo esto le ha pasado desapercibido. Sin embargo, siente bastante lástima por el zar, quien, en el mejor de los casos, es definido como un regente incompetente aunque de buenas intenciones.
En fin, que ha sido un mal invierno. Cuando a la desocupación general se le añade un desasosiego general la suma resultante son nervios tensos, irritabilidad y constantes riñas entre el personal del hospital móvil. Florence Farmborough también acusa esa irritación:
Todos damos la impresión de estar esperando que suceda algo. No podemos seguir como hasta ahora. Se plantean muchas preguntas pero no hay quién las responda. ¿Continuará la guerra? ¿Se producirá una paz por separado entre Alemania y Rusia? ¿Qué harán nuestros aliados en tal situación?
Es «un invierno triste, lleno de aflicciones —anota ella en su diario—. El frío y las heladas hacen todo lo posible para embotar nuestras mentes y paralizar nuestros movimientos».