Viernes, 2 de febrero de 1917
RICHARD STUMPF RECUPERA SUS ESPERANZAS EN WILHELMSHAVEN
El barómetro sigue subiendo. Por la mañana, los que han acabado su guardia pueden ir a hacer una marcha, o mejor dicho, una pequeña excursión, a Mariensiel. Las formas son sencillas y desenfadadas. A la cabeza va la banda del buque tocando. La capa de hielo destella, todavía muy gruesa. Stumpf se queda impresionado por la belleza y la fuerza del hielo, aunque después cae en la cuenta de que no tardará en resquebrajarse y luego se fundirá sin dejar ni rastro. De regreso marchan por el centro de Wilhelmshaven.
Al SMS Helgoland lo están sometiendo a nuevas reparaciones y modificaciones. Esta vez son los cañones de 8,8 cm del buque los que están siendo desmontados. La batalla de Skagerack ha demostrado que su alcance es insuficiente y que las piezas, por tanto, son inefectivas. «Una opinión —anota Stumpf en su diario—, que hace dos años habría llevado a quien la manifestara al paredón por traidor». Desde dichos cañones no se ha disparado ni una sola bola. Todos aquéllos que los han servido, como Richard Stumpf, lo han hecho completamente en balde. Él se consuela pensando que las piezas son de más utilidad en tierra[210]. Por otro lado, Stumpf también tiene la impresión de que se están preparando grandes acontecimientos. Ha recuperado su fe en el futuro: «El mundo entero contiene la respiración mientras Alemania se concentra para asestar el último golpe, duro y devastador».
De vuelta a la nave almuerzan. Después llega el mando de guardia sosteniendo un papel: «maravillosas noticias». «Escuchad, tropa, un telegrama de Berlín: “A partir de hoy vamos a emprender una guerra de submarinos sin restricciones”». A todos les «alegra sumamente» la notificación. Pronto, a bordo, no se habla de otra cosa. La mayoría parece ser de la opinión de que Gran Bretaña morderá el polvo, sólo es una cuestión de tiempo. Esto es «la pena de muerte para Inglaterra». De hecho, esto no es más que la versión alemana, llevada a la práctica, de la lucha «hasta el amargo final» que los políticos franceses llevan tiempo proclamando.
Stumpf pertenece al grupo de los escépticos. Con todo, está dispuesto a darle a la empresa cuatro meses; para entonces la situación se habrá clarificado. Además, lo ve como un modo de responder a la hambruna provocada por el bloqueo británico, ésa que hace que en Alemania estén pasando este helado y miserable «invierno de colinabos». Porque eso es lo que se come allí ahora: colinabos de diversas clases y guisados de muy diversos modos. (Las variaciones son tan ingeniosas como monótono es el ingrediente básico; está el pudín de colinabos y las albóndigas de colinabo, el puré de colinabos y la mermelada de colinabos, la sopa de colinabos y la ensalada de colinabos. Hay quien denomina al colinabo «piña prusiana»). Con frecuencia los colinabos se preparan con una roñosa porción de grasa ligeramente rancia; la vaga pestilencia se disimula cociéndolos mezclados con manzanas y cebolla. La carencia de lípidos ha conllevado un aumento de las enfermedades intestinales, y la escasa variación de la dieta hace que muchos padezcan edemas. En Alemania la población ha perdido un veinte por ciento de su peso de media, y, efectivamente, la mayoría de los marineros del acorazado han adelgazado de veras. Stumpf, por su parte, solo ha perdido cinco kilos, pero es que a él sus padres le envían paquetes con comida desde Baviera.
¿Guerra de submarinos sin restricciones? Por qué no. Quien al cielo escupe… «Espero que los ingleses sientan la misma hambre feroz que nuestro pueblo en Sajonia y Westfalia».