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Jueves, 4 de enero de 1917

ANGUS BUCHANAN ASISTE AL ENTIERRO DE SU JEFE DE COMPAÑÍA EN BEHOBEHO

Al principio da la impresión de ser una nueva operación con táctica de tenaza fallida. Ya antes del alba estaban levantados los 25th Royal Fusiliers, o mejor dicho, los apenas 200 hombres que quedan de los 1200 que eran originariamente. Se han ganado la reputación de ser una de las unidades británicas más ágiles y fiables, y por eso, una vez más, les envían por delante para realizar un movimiento envolvente. El objetivo, tanto por su parte como por parte de la fuerza principal, es la aldea de Behobeho. Mientras las restantes unidades se aproximan al pueblo desde el este, Buchanan y sus compañeros deberán dar la vuelta sigilosamente, entrar desde el oeste e impedir que la unidad alemana que se sabe ocupa la aldea se escabulla como de costumbre. Rayos de sol. El cielo está al rojo vivo. El aire huele a vegetación caliente.

Tras dos horas de cautelosa marcha a través del monte bajo alcanzan finalmente el lugar donde han decidido esperar a los adversarios en retirada. Ante sí ven un estrecho camino que conduce a la aldea. En el aire cálido flota el sonido de un persistente tiroteo. La fuerza principal ha iniciado el asalto. Los hombres de la 25th Royal Fusiliers se despliegan en una larga y prolongada línea de tiro, después se echan cuerpo a tierra bajo las frescas y oscilantes sombras de los árboles. Y a esperar. El lejano estruendo del combate no da señales de remitir. Pasado un tiempo se extiende cierta impaciencia entre los hombres apostados. ¿Acaso también esta empresa se malogrará?

Las operaciones en el África del Este alemana han proseguido, obviamente. Las columnas británicas se desplazan de valle en valle en parsimoniosos avances, ejerciendo una lenta presión sobre las ágiles y escurridizas compañías de Schutztruppen (tropas de asalto) hacia el sur. Ahora falta poco para que alcancen el río Rufiji.

Sobre el papel el asunto parece todo un éxito: la mayor parte de la colonia alemana ha pasado a manos aliadas. Pero el coste en sufrimiento y recursos ha sido elevadísimo. La guerra también ha afectado esta zona de África como ningún otro conflicto. Antes de que todo acabe solo los británicos habrán reclutado un millón de porteadores negros (prácticamente todos los suministros son transportados, en algún tramo del trayecto al menos, sobre lomos africanos), y de ese millón uno de cada cinco hombres morirá.

Lo que los altos mandos de la Entente —con Smuts a la cabeza— no entienden es que a su adversario, el duro, inteligente y cínico Von Lettow-Vorbeck, en realidad no le importa nada la colonia. Desde un comienzo, este consumado maestro en la guerra de guerrillas ha tenido claro que su misión consistía en atraer al mayor número posible de fuerzas enemigas. Porque cada soldado, cada cañón y cada cartucho que se manda en los barcos a África del Este supone un soldado, un cañón y un cartucho menos en el frente occidental. Y esto el alemán lo ha conseguido en un grado mucho mayor de lo esperado. Smuts dispone en estos momentos de cinco veces más efectivos que Von Lettow-Vorbeck, pero, en cambio, está muy lejos de vencer al alemán.

Bajo el tórrido calor llegan corriendo unos exploradores muy excitados. Han divisado al enemigo avanzando por el camino. Se dan órdenes; la línea de hombres tumbados se levanta y desciende con las armas en alto hacia el camino. Buchanan está al mando de dos pesadas ametralladoras Vickers y consigue colocarlas en posición de fuego. Efectivamente. Por el fondo ve venir askaris alemanes que acaban de abandonar la aldea. Buchanan explica:

Contra estos enseguida abrimos fuego de ametralladoras y fusiles, al cogerles por sorpresa ocasionamos muchas bajas. Pese a lo cual, en un principio, respondieron a nuestro fuego, cosa impresionante, aunque no tardamos en machacarlos, y los que quedaron interrumpieron el tiroteo y huyeron por el monte.

Gran parte de la moderna técnica militar ha sido difícil de implementar en el terreno y el clima africanos. Los vehículos motorizados suelen quedar parados, la artillería pesada se encalla, la aviación raramente divisa sus objetivos a través de la espesa vegetación. La efectividad de la ametralladora, en cambio, ha demostrado ser igual de letal aquí que en los demás escenarios bélicos. (Cosa que, por otro lado, la gente con experiencia en guerras coloniales anteriores ya sabía). En combate en la selva y el monte bajo el fuego de fusil, por algún motivo, tiende a pegar demasiado alto. Las pesadas ametralladoras, por el contrario, tienen el efecto de verdaderas guadañas que a unos metros de distancia siegan la espesa vegetación de una punta a la otra y abaten todo lo que se esconda ahí dentro, y esto gracias a que disponen de un volante para apuntar y a que fácilmente se pueden instalar en posiciones de fuego fijas.

Buchanan y los demás continúan hacia Behobeho pasando de largo junto a caídos y heridos. Se instalan en un cerro en las inmediaciones del pueblo. Desde ahí se inicia un prolongado fuego cruzado con los soldados negros de la aldea. Hace un sol ardiente.

Lo que sigue son horas de mucho malestar.

El cerro en el que se han instalado está cubierto de deslumbrantes guijarros blancos, y los rayos del sol se reflejan de un modo que, visto desde lejos, podría tildarse de hermoso, pero que en los que se ven obligados a estar tumbados sobre ellos produce un calor casi insufrible. A todos les salen dolorosas ampollas, incluso a aquellos bendecidos con una tez morena, curtida como el cuero tras años de exposición al sol africano. Los soldados de la aldea, por el contrario, están a la sombra. Además, pueden utilizar los árboles para encaramarse a ellos y disparar certeramente contra los hombres tumbados en lo alto de la ardiente loma de guijarros.

Prosigue el tiroteo. Aumentan las bajas entre los hombres de la 25th Royal Fusiliers. Uno de los heridos es Buchanan, a quien una bala le ha atravesado el brazo izquierdo. Pasado un tiempo corre la voz a lo largo de la línea. Su jefe de compañía, el capitán Selous, está muerto. (Había avanzado una cincuentena de metros para intentar averiguar la posición de unos francotiradores particularmente molestos y apenas tuvo tiempo de llevarse los prismáticos a los ojos cuando una bala le dio en el costado. Entonces se dio la vuelta, sin duda para regresar a su propia línea de tiro, pero durante el giro recibió el impacto de otra bala, esta vez en un lado de la cabeza, y cayó muerto). Reaccionan con horror ante la noticia, porque todos «le apreciaban extraordinariamente, como mando y como una especie de figura paterna, hombre magnífico e intrépido». Quien más afectado se ve por lo ocurrido es Ramazani, el sirviente africano de Selous, un hombre que antes de la guerra le acompañó en numerosas cacerías y que por aquel entonces le servía portando sus fusiles. Loco de pena y embriagado por la sed de venganza, se lanza al tiroteo sin considerar en absoluto las balas certeras que disparan los tiradores ocultos en la aldea.

Hacia las cuatro los adversarios de los británicos se escabullen una vez más y se pierden por el monte. Buchanan y los demás proceden a entrar en la aldea vacía.

Al anochecer entierran a Frederick Courtney Selous y a los demás caídos a la sombra de un baobab[204].