Domingo, 24 de diciembre de 1916
HERBERT SULZBACH CELEBRA LA NAVIDAD EN EL SOMME
Así por fin, les tocó el turno a ellos. Desde el 18 de noviembre la batería de Sulzbach se halla en el frente del Somme. Aunque haya presenciado muchas cosas durante sus años en campaña, nunca antes ha visto tanta destrucción. «Los trozos de las casas yacen manga por hombro, como trozos muertos, por las calles; lo que era una calle no es más que un lodoso campo de cráteres; apenas puedes caminar por ella, tropiezas».
No es infrecuente que las baterías de artillería estén tan hacinadas que los pares de ruedas se toquen. Además, se las somete a un casi constante fuego de granadas, de las cuales bastantes son de gruesos calibres, 22 y 28 cm, y esto sin que se esté librando asalto alguno allá en el frente. Un día corriente ellos mismos gastan unas mil granadas. Simple rutina.
Hay lodo por todas partes. Ningún árbol, solo tocones resquebrajados, de escasos centímetros de altura. Por encima del invernal horizonte gris flotan suspendidos en hilera los globos de observación del enemigo. Sulzbach ha continuado ascendiendo de categoría: ahora es alférez, cosa que le enorgullece. La iniciativa alemana de paz, que se presentó hace apenas catorce días, le llena de esperanza. Y esa esperanza es la primera señal de que Sulzbach, pese a demostrar a menudo una fe ciega en la causa y en las armas alemanas, de hecho empieza a sentirse hastiado de la guerra.
Otra Navidad de campaña.
Sus orígenes judíos no le han impedido, en años anteriores, entregarse a las celebraciones, y este año tampoco. Sin embargo, aquí en el frente del Somme la paz navideña rehúsa hacer acto de presencia. A Sulzbach le indigna bastante que el enemigo de enfrente no respete ésta, «la más alta y hermosa de las fiestas», sino que, por el contrario, continúe presionando. Tocan las siete de la tarde y siguen ocupados disparando una barrera de fuego defensiva frente a las propias líneas.
Hasta avanzada la noche el fuego no disminuye lo suficiente como para que Sulzbach, en calidad de oficial, pueda recorrer la batería y, yendo de pieza en pieza, les desee feliz Navidad a los hombres y charle un rato con ellos. También visita todos los profundos refugios subterráneos que los soldados se han dedicado a decorar con adornos navideños. Ve que hay regalos preparados, listos para ser abiertos. (El correo llegó hace poco, junto con los hombres del relevo). Oye a los soldados cantar Noche de paz. Uno pensaría que el lugar y las circunstancias convertirían la Navidad en una parodia, pero sucede más bien lo contrario: «Aunque todas las Navidades anteriores hayan despertado nuestros profundos y casi sagrados sentimientos, esta vez, involucrados en esta gran batalla, nos sentimos particularmente conmovidos».
Más tarde se sienta junto al teléfono de campaña. Con su habitual don de gentes empieza a llamar a las baterías y compañías vecinas para desearles una feliz Navidad. Con sorpresa constata agradecido que todos los hilos telefónicos aún siguen intactos.