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Jueves, 19 de octubre de 1916

ANGUS BUCHANAN CAE ENFERMO EN KISAKI

La yacija sobre la que reposa se ha hecho con hierba, y aunque ahora se sienta mejor que los días anteriores todavía está muy débil. Disentería. Todos conocen los síntomas: dolor de barriga, fiebre, diarreas dolorosas y sangrantes. Durante mucho tiempo Buchanan se ha contado entre los sanos, pero que a la larga también él cayera enfermo era inevitable.

Porque la campaña y las peripecias han continuado. En lo que cada vez más ha adoptado el carácter de una pura guerra de guerrillas, sus contrincantes han sido impelidos a abandonar el río Pangani y a adentrarse en las zonas interiores del África del Este alemana. Y Buchanan y los demás los han perseguido, a través del monte bajo, en dirección al sur. En ocasiones han pasado por regiones pobladas, y entonces su manutención ha mejorado provisionalmente, ya que eso les ha permitido dedicarse al trueque con los lugareños[200].

Con todo, algunos éxitos sí han tenido. A finales de junio lograron por una vez organizar una auténtica batalla junto al río Lukigura con las unidades alemanas, normalmente tan esquivas. Pese a estar agotados, los de la 25th Royal Fusiliers destacaron una vez más, primero gracias a una rápida marcha de flanco, después obligando a los adversarios a huir mediante un intrépido ataque con bayonetas. La importante ciudad de Morogoro —situada junto al ferrocarril central— fue tomada a finales de agosto, si bien tras costosos combates y arduas y en ocasiones del todo infructuosas marchas a través de un paisaje de difícil acceso que ora se ondulaba, ora era pantanoso y parecido a un cenagal. Dar es-Salaam, el mayor y más importante puerto de la colonia, está en manos de Gran Bretaña desde comienzos de septiembre. Cuando la división a la que pertenece Buchanan siguió adelante rumbo al sur, los alemanes continuaron su retirada, paso a paso y bajo constantes escaramuzas.

A finales de septiembre, tras nuevas, costosas y fracasadas intentonas de atrapar al escurridizo enemigo, todo se paró. Las líneas de suministros habían dado demasiado de sí, las reservas estaban demasiado vacías, los hombres demasiado exhaustos. La compañía de Buchanan ofrece un aspecto lamentable. La mayoría están flacos, muchos van con el torso desnudo o sin calcetines bajo sus botas de marcha. Rara vez reciben noticias, y hasta ha sucedido que las cartas de sus familias no les han llegado hasta al cabo de medio año. Su noción de lo que sucede en la guerra es muy vaga.

Buchanan estuvo enfermo de malaria a comienzos de otoño pero se recobró; ahora, como decíamos, padece disentería. Le hace compañía aquella gallina de penacho blanco con la que se hizo a principios de julio mediante un trueque y que decidió conservar. La gallina se ha vuelto muy dócil, un verdadero animal de compañía. Durante las marchas viaja dentro de un cubo, transportada por un sirviente africano. Cuando acampan la sueltan y ella se va por ahí a escarbar comida y de algún modo curioso siempre se las apaña para regresar hasta él, superando el hervidero de cascos y pies. Cada día la gallina le pone un huevo. Un día la vio matar y comerse una pequeña víbora. Por las noches duerme junto a él.

Buchanan yace en su lecho de hierba y escribe en su diario. Está enfermo y deprimido, sobre todo debido a la falta de éxitos palpables:

Hoy me siento mejor y más animado. Pero habiéndoseme agotado la paciencia desearía que hubiésemos dado por terminado este asunto de una vez por todas, con lo cual nos libraríamos de África un rato. Albergo el ferviente deseo de que se nos conceda cambiar, aunque solo sea brevemente, los colores y la naturaleza de éste tan conocido escenario[201], cuyas extrañas características son ya imborrables. Mucho me temo que a veces me siento como en una cárcel y que anhelo la libertad que hay más allá de los muros de esta prisión. Es en momentos así cuando mi mente viaja y surgen viejos recuerdos, entrañables y familiares escenas del pasado que ahora invoco con una estimación profunda e inquebrantable. ¡Desearía que permaneciesen [los recuerdos]; desearía que pudiesen, con toda su fuerza, levantar mi cuerpo y trasladarlo por encima de la enorme distancia para ponerme en tierra en algún hermoso y pacífico país!

El mismo día Paolo Monelli oye angustiado el fragor de la preparación artillera italiana que repica en lo alto del monte Cauriol, donde continúan los combates. En su diario anota:

El cielo encapotado, gris y bajo. Del valle sube la niebla, aislando ambas cimas, la nuestra y la que tenemos que asaltar. Si morimos, lo haremos aislados del mundo, con la sensación de que a nadie le importa en realidad. Una vez que te has resignado a la idea de tu propio sacrificio al menos quisieras que ocurriese ante un público. Caer bajo el sol, con el cielo despejado, en el gran escenario abierto del mundo, eso es lo que uno asocia con la idea de morir por la patria, pero así, te sientes más bien como un condenado a morir estrangulado y en secreto.