Mediados de octubre de 1916
FLORENCE FARMBOROUGH PIERDE TODO SU CABELLO
Una noche de hace unas cuantas semanas, cuando tenía la fiebre más alta que nunca, le pareció que su rostro se desdoblaba en tres: uno era el suyo, otro era el de una de sus hermanas y el tercero pertenecía a un soldado herido. De cada uno de los rostros goteaba el sudor y había que humedecerlos con un paño sin cesar. Si dejaban de hacerlo sabía que moriría. Intentó entonces llamar a una enfermera solo para descubrir que se había quedado sin voz. Ahora Farmborough se recupera en una Crimea caldeada por el sol otoñal. El hospital en el que la atienden es un sanatorio para enfermos de tuberculosis pero ella está allí de todos modos. Fuera en la naturaleza todavía domina el verde, y ella se está recuperando con inesperada rapidez. En su diario escribe:
Mi cabello estaba en muy mal estado, y se me caía a grandes mechones. Hasta que un día vino el barbero a mi sala y no solo me cortó al cero sino que ¡además me afeitó la cabeza! Me aseguraron que no me arrepentiría y que el cabello pronto volvería a salir, más fuerte y espeso de lo que era antes. Desde ese día llevo el velo de enfermera liado a la cabeza y nadie —menos algunos que están al corriente— podría sospechar que bajo el velo se oculta un cráneo completamente pelado, ¡donde no asoma ni un solo pelo!
Durante el mismo periodo Michel Corday anota en su diario:
Albert J., ahora de permiso, menciona el odio que los soldados sienten por Poincaré, un odio fundamentado en la idea de que fue él quien empezó la guerra. Señala que lo que hace que los hombres se lancen al ataque es el terror de parecer cobardes ante los demás en caso contrario. También dice, riéndose, que piensa casarse; eso le dará derecho a cuatro días de permiso, además de tres días más cuando nazca el niño, y espera obtener el certificado de exención del servicio militar cuando haya producido seis criaturas.