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Domingo, 15 de octubre de 1916

ALFRED POLLARD HALLA RASTROS DE LOS COMBATES DEL VERANO PASADO EN EL SOMME

Noche otoñal. Frío. Humedad. Luna llena. Una vez más esta noche Alfred Pollard va de exploración por tierra de nadie. El lugar es el Somme. Con el rostro ennegrecido por un corcho carbonizado y un revólver listo para disparar en la mano se arrastra por lo que parece ser una hilera infinita de embudos de granada:

No había avanzado demasiado trecho cuando sentí que algo se hundía con un crujido debajo de mí. Era un esqueleto cuyos huesos habían roído hasta la blancura el ejército de ratas que rebuscaba comida por los campos de batalla[199]. Los jirones de la guerrera militar aún ocultaban su desnudez. Rebusqué en sus bolsillos intentando localizar algo que pudiera servir de identificación, pero estaban vacíos: alguien había llegado allí antes que yo. Más adelante encontré otro esqueleto, después otro y otro más. El suelo estaba atestado de ellos. Eran los cuerpos de los que murieron en los terribles combates de principios de julio. Todos eran británicos.

Ese mismo día Angus Buchanan anota en su diario:

Esta noche siete askaris alemanes se han entregado prisioneros. Hablan de la escasez de alimentos, y también de que muchos nativos intentan desertar y van hacia el oeste atravesando el monte bajo con la intención de regresar a sus casas. También cuentan cosas que ya habíamos oído antes: que los porteadores alemanes están parcialmente atados en el campamento, a fin de que no puedan escapar durante la noche si se les ocurriera hacerlo.