Un día de finales de septiembre de 1916
PÁL KELEMEN VISITA LA CANTINA DE LA ESTACIÓN DE SÁTORALJAUJHELY
Más o menos curado de su malaria y descansado tras una larga convalecencia —que ha comprendido desde misas a borracheras con los amigos—, le han vuelto a asignar un destino relajado. Hoy está de vuelta del frente de los Cárpatos, donde acaba de entregar un envío de caballos de carga en las proximidades de Uzok. Allí un discreto capitán de infantería le concedió —a cambio de un par de bellísimas botas de montar de cuero marrón ocre— su primer permiso de verdad en un año y medio. Su destinación es Budapest. Kelemen está de excelentísimo humor.
En Sátoraljaujhely tiene que hacer un trasbordo, y mata el tiempo de la espera en la cantina de la estación. Hay allí montones de pasajeros, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, civiles y militares, «en desasosegada confusión en torno a unas mesas cubiertas por manteles descoloridos». Su mirada recae sobre un alférez condecorado, es joven y tiene el rostro de un niño:
Está sentado a la cabecera de una de las mesas degustando tranquilamente un trozo de tarta recubierta de un glas amarillo que yace volcado en el plato. Sus ojos no paran de recorrer el local, pero la mirada parece vacía y cansada y siempre vuelve al trozo de tarta, que come con muy evidente fruición. Viste un andrajoso uniforme de campaña del tipo más corriente, con medallas de plata grandes y pequeñas colgadas en el pecho. Seguramente ha estado en casa de permiso y ahora va de vuelta a las trincheras.
En la cantina nada permanece quieto, la escena se transforma constantemente. En cambio, él está ahí sentado contra la pared, como si el desorden que le rodea no existiese, absorto en sus propios y contenidos pensamientos y con el segundo trozo de tarta encogiendo a toda velocidad en el plato.
Bebe un trago de agua y él mismo se sirve un trozo de tarta con forma de cuña de la tartera de cristal con pie alto donde reposa tentadora una tarta ricamente glaseada, cortada ya en porciones listas para comer. Ahora ya no es por gusto: de cara a los duros tiempos que le esperan intenta almacenar en su interior los deliciosos sabores que asocia a su tierra natal.