Martes, 8 de agosto de 1916
KRESTEN ANDRESEN DESAPARECE EN EL SOMME
Ya no hace sol, solo hay niebla y bruma. La línea del frente no se ha desplazado casi nada desde mediados de julio; sin embargo, continúan librándose feroces combates. El paisaje es extrañamente incoloro. Los colores, sobre todo el verde, desaparecieron hace tiempo, y el bombardeo de granadas lo ha machacado todo dándole un mismo matiz parduzco y mate[182]. A ambos bandos las piezas de artillería se alinean de forma compacta, en algunos sectores las ruedas de un carro se tocan con las de los lados, y el fuego dura las veinticuatro horas del día. Hoy infantes británicos están atacando la población de Guillemont. Bueno, eso de población es un decir; semanas de bombardeos han reducido también este lugar a un erizado montón de piedra, vigas y desechos. En los mapas del cuartel general británico tampoco consta como población, sino como «una posición importante», que, por tanto, debe ser tomada, pero no ya porque eso vaya a romper las líneas alemanas, sino porque crearía un espacio para hacer maniobras. (Existen otros motivos tras el ataque británico. Este día el rey de Gran Bretaña va a inspeccionar sus tropas en Francia, y el comandante en jefe inglés Haig está ansioso de poder obsequiar a Su Majestad con una pequeña victoria[183]).
El ataque británico está bien planeado. Se han cavado nuevos ramales de aproximación, que salen del exterminado bosque de Trônes, a fin de que la infantería disponga de un punto de partida para su asalto lo más cerca posible de las líneas alemanas; una división experimentada y curtida en el combate, la 55.ª, ha sido la elegida para realizar el asalto; el bombardeo artillero de preparación ha sido tan prolongado como inexorable.
Uno de los soldados alemanes que recibirá el impacto del ataque será Kresten Andresen.
Su regimiento ha sido trasladado como refuerzo a uno de los sectores más expuestos del frente del Somme. Al lado de Guillemont están Longueval, a continuación el bosque de Delville, después Martinpuich, Pozières, Thiepval, Beaucourt, Beaumont Hamel, todos ellos lugares que se han hecho célebres debido a los comunicados militares del mes pasado, y a los que, a estas alturas, envuelve un tenebroso, horripilante halo que apesta a cadáver y a esperanzas perdidas. Dos días antes Andresen escribe a sus padres:
Espero haber cumplido con mi parte aquí, al menos hasta el momento. Lo que nos depara el futuro nunca se sabe. Aunque nos trasladaran al lugar más remoto del mundo, es muy difícil imaginar que fuera peor que éste.
Las bajas han sido cuantiosas, máxime entre sus amigos daneses. La mayoría de ellos han caído víctimas del constante fuego artillero:
… que haya caído Peter Østergaard, tan buen y querido amigo, es algo que no consigo entender. Cuánto sacrificio. Rasmus Nissen está gravemente herido de las piernas. Hans Skau ha perdido las dos y tiene una lesión en el pecho. Jens Christensen de Lundgaardsmark está herido. Johannes Hansen, de Lintrup, herido de gravedad. Jørgen Lenger, de Smedeby, herido. Asmus Jessen, de Aarslev, herido. Ya no queda nadie. En cuanto a Iskov, Laursen, Nørregaard, Karl Hansen, todos caídos; yo soy casi el único que queda.
El fuego nutrido ha sido atroz. Les han lanzado granadas de todos los calibres imaginables, sin descontar los más gruesos: 18, 28, 38 cm. Cuando estalla una brutalidad de éstas es, dice Andresen, como enfrentarse «a un monstruo de cuento». De repente se hace un silencio total y todo se vuelve oscuro. Al cabo de unos segundos la polvareda y el humo se disuelven lo justo para tener un metro de visibilidad, y entonces llega el silbido de una nueva granada. En una ocasión un bombardeo pesado les pilló en una trinchera de comunicación que carecía de refugio[184]. Él y los demás soldados no pudieron hacer otra cosa que aplastarse contra el parapeto, apretar la cabeza cubierta por el casco de acero contra las rodillas y escudarse bajo la mochila en un penoso intento de proteger el vientre y el tórax. En una de sus últimas cartas a su familia escribió: «Al comenzar la guerra, pese a todo lo horrible, había cierta dosis de poesía. Ahora de eso no queda nada».
En estos momentos Kresten Andresen se encuentra en la primera línea. Ha estado buscando los lados buenos de su situación y cree haber encontrado uno. Conversando con un danés de otra compañía hace unos días dijo que «fácilmente caeremos prisioneros». Es probable que sea esto lo que él espera cuando se inicia la barrera de artillería enemiga y los soldados británicos de la 55.ª División salen trepando de sus trincheras situadas a un par de cientos de metros de distancia.
El asalto del lugar que los soldados ingleses pronuncian «Gillymong» se asemeja por su torpeza a tantos otros asaltos británicos en el Somme.
La artillería británica dispara lo que se denomina una «barrera de artillería rodante». En teoría implica que los peones avanzan tras una cortina de fuego, que se supone debe mantener a los defensores alemanes de la trinchera agazapados en sus refugios hasta el último momento. En la práctica los artilleros siguen, como de costumbre, sus tablas de sincronización, lo cual implica que el fuego avanza cierto número de metros a determinada hora, prescindiendo de si los infantes británicos siguen el horario establecido o no[185]. De este modo, la barrera de artillería rodante que debía precederles no tarda en perderse a lo lejos, dejando solas en su avance a las tropas de choque, tropas que entonces corren derecho contra la barrera de fuego alemana[186] y contra sus propias filas; en medio del humo y la confusión, dos batallones británicos comienzan a combatirse mutuamente. Los que pese a todo esto consiguen hacer presión hacia delante quedan atrapados en el fuego cruzado de las ametralladoras alemanas ocultas en el orificio de un muro situado delante del pueblo.
Algunos grupos aislados alcanzan las trincheras alemanas en el extrarradio de lo que un día había sido Guillemont. Ahí tiene lugar una caótica lucha cuerpo a cuerpo.
Al mediodía del día 8 de agosto Kresten Andresen todavía vive.
Por la tarde unidades alemanas realizan un contraataque. Conocen bien el terreno y no tardan en recobrar los metros perdidos de trinchera y en reducir a los asaltantes británicos. (Diez oficiales y 374 soldados son hechos prisioneros). En una trinchera hallan a un herido perteneciente a la compañía de Andresen. Al caer el soldado se escondió en un refugio, ya que había oído que los británicos solían matar a los heridos a bayonetazos. Él, en cambio, había visto a los ingleses guiar a prisioneros alemanes de vuelta a sus propias líneas.
Cuando pasan revista a la 1.ª Compañía hay 29 hombres que no aparecen entre los vivos ni entre los muertos. Kresten Andresen es uno de ellos.
Nunca más se sabrá de él.
Su destino es desconocido[187].