Domingo, 6 de agosto de 1916
ELFRIEDE KUHR TOCA EL PIANO EN UNA RECEPCIÓN EN SCHNEIDEMÜHL
Son tiempos desconcertantes: de atrocidades y exaltación, de sufrimientos y seducciones, de angustia y felicidad. El mundo se transforma y Elfriede con él, tanto a consecuencia de los acontecimientos como con absoluta independencia de ellos. Una rueda gira dentro de la otra, en ocasiones en sentidos contrarios, pero aun así formando un todo.
Hubo un tiempo en que muchos ensalzaban la guerra como promesa y posibilidad, la promesa de realizar lo mejor del hombre y la cultura, la posibilidad de poner fin a la agitación social y las tendencias a la disolución que han podido observarse por toda la Europa prebélica[175]. Pero las guerras son, de una vez por todas, fenómenos paradójicos y profundamente irónicos que con frecuencia transforman aquello que se quería conservar, fomentan lo que se quería impedir, destruyen lo que se quería proteger.
Fenómenos que durante largo tiempo se han venido reuniendo bajo la expresión «peligrosa disolución» tienden, opuestamente a las expectativas de 1914, a ir en aumento, y en gran medida. A muchos les preocupa el contacto más libre que se da entre ambos sexos y la creciente inmoralidad sexual. Parte de la culpa se la lleva el hecho de que tantas mujeres —como la madre y la abuela de Elfriede— hayan tenido que, o se les haya permitido, ejercer tareas de las que antes se ocupaban los hombres, hombres que ahora visten uniforme. Bien es verdad que su aportación ha sido decisiva para el esfuerzo bélico y que por ello no debería provocar objeciones, pero aun así cuesta poco encontrar a quien sostenga que esta «masculinización» de las mujeres a la larga será fatal[176]. Otra parte de culpa se echa a la larga permanencia de los hombres en el frente, la cual hace que aumente drásticamente la insatisfacción sexual y origina a su vez un incremento de fenómenos que o bien han estado severamente prohibidos o han sido totalmente condenados, como el onanismo, la homosexualidad y las relaciones extramatrimoniales[177]. (Al igual que en Francia también en Alemania ha habido un aumento de la prostitución y las enfermedades venéreas). Otra parte de culpa se atribuye al flujo constante de hombres uniformados que cruzan el país de un lado a otro y que en algunos lugares ha comportado un excedente de hombres jóvenes y sexualmente activos al tiempo que hay menos hombres con fuerzas o posibilidad de vigilar a las amas de casa. Es sobre todo de las poblaciones donde hay guarniciones de donde llegan los informes que acusan un evidente incremento de los embarazos fuera del matrimonio y de los abortos ilegales. Por supuesto que Schneidemühl no es ninguna excepción. La ciudad tiene por un lado un regimiento de Infantería, y por el otro, la famosa fábrica Albatros[178], que produce aviones de combate y atrae grandes cantidades de jóvenes aviadores con sus cursos de formación[179].
Hasta la fecha Elfriede ha observado este fenómeno a distancia, con curiosidad, confusa, expectante. Una niña de trece años ha sido expulsada de su escuela después de que un alférez la dejara embarazada. Y en una visita su madre ha observado con sorpresa «que ahora hay aquí una elegancia que no deja mucho que desear a la que se observa en la avenida Kurfürstendamm de Berlín». Elfriede cree saber la razón:
Se debe a todos los oficiales forasteros del 134.º Batallón de Reserva y de las Secciones de Reserva de la Aviación I y II. Por su causa las mujeres y las niñas dedican mucho tiempo a arreglarse.
A las niñas más mayores se las puede ver a menudo magreándose con los soldados, y en ocasiones también a mujeres adultas, que muchas veces lo hacen «por compasión», ya que los soldados «van camino del frente, y allí o bien les matarán o resultarán heridos». Está claro que la proximidad de la muerte y el volumen de los muertos han contribuido a relajar unas reglas que por lo general han sido muy estrictas[180].
En cuanto a Elfriede, ella aún no se ha dejado tentar, aunque nota perfectamente que los soldados se dirigen a ella de un modo distinto. A su entender se debe a que ahora usa una falda de verdad y lleva el pelo recogido como una mujer adulta.
La hermana mayor de una compañera de clase suele organizar pequeñas recepciones para jóvenes aviadores. Allí les invitan a café y pastas, y mientras Elfriede toca el piano las parejas charlan y, en fin, tal vez se besen un poco. Para Elfriede solo se trata de un juego que cosquillea su imaginación. En esas ocasiones finge ser «el teniente Von Yellenic», un personaje que ella suele encarnar cuando juegan a la guerra, que en esos momentos está en una cantina de oficiales donde ella/él toca música de fondo para sus amigos, «como en una novela de Tolstói». Cuando llega a la recepción de este día se topa en la escalera con un oficial de aviación joven, rubio, de ojos azules:
Él se detuvo, me saludó y quiso saber si también yo «era una de las invitadas[181]». Dije que no; que solo era la que tocaba el piano. Entonces hizo una mueca y respondió: «Comprendo. Pero es una lástima». «¿Por qué es una lástima?», pregunté yo. Entonces él se echó a reír y entró en la sala.