Jueves, 3 de agosto de 1916[174]
HERBERT SULZBACH ESCUCHA EL FRAGOR DE LOS CAÑONES DEL SOMME
Tarde o temprano entrarán en acción. Él lo sabe. Durante más de un mes han estado oyendo el sordo rumor de las lejanas pulsaciones del fuego artillero inglés allá en el Somme. Ha leído los comunicados, ha discutido las habladurías: «La mayor batalla de la historia mundial», «Un intento de decidir la guerra», «No hay que ceder ni un metro de territorio», etcétera. Y también sabe que cuando entren en acción tendrán que enfrentarse a algo que será peor incluso que los atroces combates de invierno de hace un año y medio en la Champaña. Lo sabe.
Hace poco menos de un mes la batería de Sulzbach abandonó su antigua posición en Evricourt, donde habían pasado 11 meses. Con el tiempo les había empezado a gustar el lugar, sobre todo porque era muy bonito y apacible, aunque cuando se marcharon había adquirido ya el mismo aspecto de muchas otras aldeas que habían visto antes: bombardeada, desolada, plagada de cráteres; la usual topografía de la guerra. Ahora están en Loermont. También esto es muy bonito. Y apacible. De momento. Solo hay un inconveniente: ya no puede dar paseos a caballo para visitar a su amigo Kurt.
La batería se ha instalado en un sitio aislado, agrupándose en medio de una verde pradera de verano, tocando a un bosque. En uno de los árboles más altos hay apostado un vigía que da cuenta de las señales luminosas provenientes de las trincheras. Al atardecer el hombre suele cantar para ellos. Hay mucho que hacer aquí. Ni los refugios ni los lugares para emplazar las piezas están terminados. El segundo aniversario del estallido de la guerra llegó y pasó de largo, sin ceremonias. Sulzbach escribe: «Entretanto ha pasado el segundo aniversario del estallido de la guerra, aunque en realidad ya nunca piensas en que entramos en el tercer año de guerra, y aún menos en si, y en ese caso cuándo, volverá la paz». Sin embargo, no duda de que Alemania salga vencedora.
Lo que más le gusta a Sulzbach es hallarse en primera línea, ayudando al director de tiro artillero en el puesto de observación, tanto porque su ocupación allí goza de más independencia como porque le permite conocer a gente. Suele acompañar a los oficiales de infantería en sus rondas nocturnas por las trincheras, de puesto de guardia en puesto de guardia. Como otras veces, le embarga una fuerte sensación de afinidad. En su diario escribe:
El modo en que estos valientes soldados de infantería, algunos de ellos antiguos miembros de la segunda reserva, hacen su trabajo y cumplen con su deber, cada uno de ellos tan firmes en sus puestos como un verdadero rocher de bronce, constituye la más alta realización personal de nuestro quehacer en la vida, la encarnación de la fe en lo justo de nuestra victoriosa causa.