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Martes, 27 de junio de 1916

FLORENCE FARMBOROUGH ATIENDE A HERIDOS EN BOHACZ

Hoy la ofensiva Brusilov entra en su cuarta semana, y las buenas, sí, las sorprendentemente buenas noticias siguen llegando. Es precisamente el ejército al que pertenece ahora la unidad de Farmborough, el 9.º, el que ha conseguido los mayores éxitos: han empujado a sus adversarios austrohúngaros a la fuga en lo que tal vez sea una retirada dominada por el pánico o tal vez un pánico con aspecto de retirada[164]. Florence Farmborough y los demás están muy satisfechos. Sin duda, las grandes expectativas puestas en el nuevo año y en esa gran ofensiva de la que se hablaba tanto se han visto cumplidas. El tiempo es caluroso.

Florence ha visto ingentes cantidades de prisioneros (cosa que antes era excepcional[165]); se ha impresionado, muy a pesar suyo, con las bien construidas aunque acribilladas trincheras, y ha visto los aspectos menos ventilados del triunfo: fosas comunes llenas de cuerpos recientes (junto a los cuales están sentados los supervivientes, seleccionando de entre los montones de botas, cinturones y otros pertrechos pertenecientes a sus compañeros caídos) y vencedores que se tambalean por ahí (trompas a base de alcohol fruto del saqueo o de la conquista).

Ahora su unidad sanitaria se halla en Bohacz, una pequeña ciudad muy bonita que se extiende a horcajadas sobre el río Stripa. La población está hondamente marcada por la guerra y parcialmente desprovista de sus habitantes, pero la embellecen, no obstante, numerosas acacias en flor. Su unidad está ocupando una casa que anteriormente pertenecía al director austríaco de la escuela local, quien abandonó Bohacz junto a sus propias tropas. Cuando Farmborough y los demás entraron en el edificio ya lo habían saqueado. Por los suelos yacían esparcidos libros, cuadros, muestras geológicas y flores secas. A los austríacos que todavía permanecen en la ciudad se les ha ordenado que abandonen sus hogares para ser deportados hacia el este. Farmborough ha visto repetirse las escenas del verano pasado, con la única diferencia de que ahora son fundamentalmente gente de habla alemana los que huyen. Han desfilado a millares pobladores de todas las edades, azuzando a su ganado y con todos sus enseres amontonados sobre carretas sobrecargadas.

Pero no son solo las buenas noticias las que continúan llegando. Éstas tienen un precio, por supuesto; son personas como Florence Farmborough las encargadas de intentar poner a salvo todo lo salvable de entre las masas de destrozadas y humilladas piltrafas humanas que continúan llegando a los hospitales de sangre.

Anoche ella asistió en el quirófano en dos operaciones por herida de bala en el vientre. Es esta una lesión de pésimo pronóstico, máxime porque es difícil evitar infecciones mortales una vez que el contenido intestinal se ha vertido en el abdomen. Quedó impresionada por la destreza con que el cirujano cortó los segmentos rotos de intestino para después recoser concienzudamente las partes aún servibles. Los de herida de bala abdominal son pacientes difíciles, no solo porque mueren con tanta frecuencia, sino porque no cesan de reclamar agua, si bien el riesgo de complicaciones impide que se les pueda dar ni una sola gota[166]. Terminadas las intervenciones Farmborough permaneció en el improvisado quirófano, ya que, según había oído, se esperaban más heridos. Aun así se quedó dormida en la silla, y cuando se despertó era alrededor de la medianoche.

No será hasta las seis de la mañana cuando lleguen más heridos. Farmborough se cuenta entre los que se ocupan de recibirles, tarea que solo es interrumpida para tomar un desayuno temprano. Uno de los heridos es un joven soldado, apenas un chiquillo, con un impacto en el antebrazo izquierdo. Ella le extirpa la bala de la herida, lo cual puede hacer con inusitada facilidad debido a que la bala tenía tan poca fuerza que el extremo posterior sobresale. El chico llora y se queja sin pausa, incluso después de tener la herida limpia y vendada: «¡Hermanita[167], cómo duele!». Otro tiene una lesión muy rara. También éste ha recibido un impacto de bala, pero esta vez, el proyectil ha rebotado contra su omóplato virando entonces de rumbo, ha atravesado luego el costado derecho y bajado por la ingle hasta el muslo derecho, donde finalmente se ha detenido. Un tercer paciente, también un hombre joven, está cubierto de suciedad, polvo y sangre seca, y ella empieza por lavarle la cara:

«Hermanita —dijo mi paciente intentando sonreír—, ¡deja estar la suciedad! Yo ya no voy a ir más de visita». Primero creí que bromeaba conmigo y ya tenía una réplica en la punta de la lengua. Vi entonces la profunda herida de su cabeza y comprendí lo que quería decir.

Posteriormente vuelve a ver a uno de los pacientes con herida de bala abdominal a cuya operación asistió la noche anterior. Empeora. Su deseo de beber agua le atormenta de tal modo que para poder retener al herido en su jergón de paja Farmborough tiene que solicitar la ayuda de un enfermero. El paciente empieza a delirar. Grita que él y sus camaradas están junto al gran río y que ahora bebe, bebe, bebe.