Miércoles, 31 de mayo de 1916
WILLY COPPENS RESUME LOS ACCIDENTES DE ESA PRIMAVERA EN ÉTAMPES
Se ha establecido un procedimiento especial para cuando ocurre un accidente mortal. Inmediatamente se cancelan todos los vuelos, los aeroplanos ruedan al interior de sus hangares y los alumnos se reúnen para velar los aplanados restos mortales, «deprimente tarea». El entierro tiene lugar al día siguiente, con presencia no solo de los aspirantes a piloto, sino también de la burguesía de la ciudad y de escolares de todos los cursos, que desfilan en procesión ante la tumba. (Los perecidos siempre reciben sepultura en el pequeño cementerio de Étampes). A continuación se vuelven a abrir las puertas de los hangares y las lecciones de vuelo se reanudan.
Esta primavera el procedimiento se ha repetido varias veces, pues los accidentes se dan con frecuencia[152]. Son sobre todo sonidos lo que Willy Coppens retiene en su memoria. Primero los gritos de los espectadores. Después «ese terrible ruido de madera que se resquebraja». Finalmente el silencio, ese indescriptible silencio, cuando el motor se ha parado y los restos del aeroplano encuentran la posición de reposo y el cuerpo aterriza (con un crujido extraño, sordo); ese silencio hueco que dura algunos segundos y una eternidad.
El primer siniestro que Coppens vio con sus propios ojos tuvo lugar el 1 de febrero. Él y algunos más, abrigados con sus chaquetas de aviador forradas de piel, habían estado calentándose al débil sol invernal mientras esperaban su turno. En el aire se elevaban y descendían los zumbidos de los aviones que sobrevolaban en círculos el aeródromo. De repente oyeron como uno de los motores que revolucionaba plácidamente se aceleraba y alguien gritó: «Dios mío, se va a matar».
En el mismo momento en que alcé la vista vi un Farman bajando a tumba abierta, casi verticalmente y a una velocidad inexplicable y excesiva, por lo que se partió en el aire. El fuselaje estalló literalmente en pedazos, y la estructura alar, los estays y otras partes se esparcieron por los cuatro puntos cardinales. Pude distinguir la cola, el motor y el piloto; todo cayó en picado estrellándose en un campo delante de nosotros, a unos 400 metros de distancia.
Algunos de los espectadores corrieron hasta allí. Coppens no se contaba entre ellos. Prefería no verlo. Desde entonces los siniestros no habían dejado de producirse:
El 8 de febrero enterramos al piloto francés Chalhoup.
El 6 de marzo Le Boulanger realizó un viraje demasiado corto, perdió velocidad y cayó en barrena contra el suelo. Estaba gravemente herido cuando lo sacamos de entre los restos.
El 14 de marzo enterramos a Clement, un piloto francés.
El 26 de abril Piret hizo un viraje en un Blériot, perdió velocidad y se precipitó de lado contra el suelo desde una altura de 90 metros. Una vez más se salvó con solo heridas leves.
El 27 de abril Biéran de Catillon viró con un Henri Farman[153] de un modo que asustaba; a pesar de su caída logró salvarse sin heridas graves.
El 16 de mayo François Vergult estrelló un Maurice Farman sin que él sufriera daños.
El 17 de mayo Adrien Richard estrelló durante un aterrizaje otro Maurice Farman, y con los restos de los dos aviones nos construyeron un aeroplano nuevo.
El 20 de mayo De Meulemeester, un excelente piloto, entró en barrena tras realizar una maniobra bastante audaz. Aunque cayó desde una altura superior a la de Le Boulanger sus heridas no resultaron tan graves como las de éste; sino que a los dos días ya se levantaba.
El 27 de mayo Evrard[154] se salió del lugar de aterrizaje con un B. E. 2.
El 31 de mayo, se produce un nuevo siniestro. Esta vez se trata de un piloto de nombre Kreyn; realiza un aterrizaje en un Maurice Farman con tan poca habilidad que la maniobra acaba en una chirriante caída. Sin embargo, se salva gracias a un objeto de reciente introducción: el casco de aviador. No son todos, ni mucho menos, los que lo llevan[155]. Algunos opinan que es demasiado feo y lo comparan con las gorras protectoras de fieltro con las que las madres de Flandes más temerosas suelen ponerles a sus hijos cuando les enseñan a andar.
Coppens tiene ganas de diplomarse. Entonces obtendrá un distintivo de alas doradas para la bocamanga de su uniforme, el grado de sargento y cinco louisdores más de sueldo al mes.
El mismo día Richard Stumpf escribe en su diario:
Por fin, por fin. Finalmente ha sucedido el colosal acontecimiento que durante 22 meses ha sido objeto de nuestros anhelos, nuestras emociones y nuestros pensamientos. Para esto fue que durante años albergamos esperanzas, trabajamos y nos ejercitamos con tanto fervor.
Se está refiriendo a la gran batalla naval de Skagerack, en la que 274 buques de guerra alemanes y británicos se enfrentaron durante toda la tarde y hasta el anochecer frente a la costa danesa. Al caer la noche, 14 buques de la Armada británica y 11 de la Flota alemana yacen en el fondo del mar, y más de 8000 marineros han perdido la vida. Durante la batalla el buque de Stumpf, el SMS Helgoland, dispara 63 granadas. Por su parte, este recibe el impacto de solo una. La tripulación sale ilesa. Otra entrada en su diario con fecha de este día:
Estoy convencido de que resulta imposible describir los pensamientos y las emociones que cruzan la mente de una persona durante su bautismo de fuego. Si dijera que tuve miedo mentiría. No, era una indescriptible mezcla de gozo, terror, curiosidad, apatía y… ganas de luchar.
La caótica confrontación no tarda en denominarse, y con razón, una victoria menor de Alemania. Pero sobre el conjunto de la guerra no tiene el menor efecto.