Martes, 6 de octubre de 1914
HERBERT SULZBACH VIVAQUEA A LAS AFUERAS DE LILLE
Van sin afeitar y no se han podido desvestir en varios días; todavía llevan sus uniformes azules de tiempos de paz. Tampoco han tenido ocasión de desenjaezar a los caballos. Hace dos días recibieron su bautismo de fuego dentro de Lille. Podría haber acabado muy mal.
Malos cálculos o una sobreestimación de la capacidad propia hizo a alguien enviar a la batería de Sulzbach, junto con peones de infantería, derechos a la ciudad. Allí no tardaron en verse atrapados en unas confusas escaramuzas callejeras. El estruendo era indescriptible, haciendo casi irrealizable la comunicación. El humo negro de los incendios acaparaba el aire. Cayeron en una emboscada: resultaba imposible distinguir desde dónde les disparaban. En las angostas calles las unidades chocaban unas con otras: el tránsito de hombres y vehículos se atascó en un caos devastador. Finalmente se vieron obligados a batirse en retirada de la ciudad. Posteriores intentos de tomarla a base de tiros también fracasaron.
Tienen ya sus primeras cifras de muertos y heridos.
Ahora se han retirado de la línea de fuego, y vivaquean en un prado. Con su interés por las personas, su carácter abierto y su don de gentes, Sulzbach no ha tardado en hacer nuevos amigos. Uno de ellos es un cadete de la academia militar de su misma edad, alto, apacible, se llama Kurt Reinhardt. Mientras van a buscar agua para los caballos hablan sin parar. Y hablan absolutamente de todo. Menos de la muerte, de eso nunca.
Después se marchan juntos en busca de algo de comer y de beber. Llegan a una casa solariega abandonada. Tristemente, el lugar ha sido objeto de actos vandálicos; todo está destrozado y destruido. En la bodega, sin embargo, Sulzbach encuentra unas botellas de un vino excelente. Él y Reinhardt caminan de regreso al vivac con el botín. Numerosas bodegas de vino francesas han sido saqueadas durante los combates de este otoño. Numerosos son los combates que se han librado con las mentes aturdidas por el alcohol, o por el agotamiento, o por las dos cosas a la vez.
Sulzbach está tumbado entre los caballos escribiendo en su diario. Todavía se siente afectado por las experiencias vividas hace dos días, aunque concluye que podría haber sido peor. Deben alegrarse de haber podido salir de aquella terrible ratonera. También siente indignación por el comportamiento del enemigo, que no dio la cara y peleó como los hombres sino que «insidiosamente se dedicó a dispararnos desde un escondite seguro». Pero está orgulloso de los elogios que ha recibido de su capitán. Y está orgulloso de poder contarse entre los que están aquí, donde suceden cosas importantes. En su diario escribe: «Todavía tienes la sensación de que es maravilloso ser uno de los millones de hombres que pueden luchar, sientes que eres necesario».
Pronto realizarán un nuevo intento de tomar Lille. Y dentro de un día o dos inhumarán a los caídos en los combates del domingo. Sulzbach canta a menudo. Las noches empiezan a ser largas y frías.