EL LIBRERO

Dedicado al doctor Gottfried Berger

Era la tercera vez que me cruzaba con aquel señor. Estaba seguro de conocerlo. Me lo había encontrado antes en algún relato. Ahora bien, ¿cómo había pasado a la vida real? Bueno, la verdad es que no tenemos ningún criterio fiable para determinar si aquello de lo que nos acordamos ha sido leído, soñado o vivido. Noté (nuestro encuentro se produjo en el tranvía) que aquel señor también parecía conocerme a mí. Nos saludamos (yo fui el primero). Le dije que en aquel momento no lo situaba.

—A mí me pasaba lo mismo con usted —replicó él—, pero ya sé de qué nos conocemos. Soy su librero. Entra muy de tarde en tarde en mi librería, por eso no se acuerda.

—Discúlpeme, mi querido doctor —dije—. No me cabe duda de que tiene usted razón. Sobre todo, cuando pienso en las estupideces en las que nos gastamos el dinero. Luego, delante de su escaparate, nos remuerde la conciencia. En fin, dejando esto a un lado, estoy asombrado por su forma de hacer publicidad. Me parece algo mágico. Esto de salir de un libro para dar un paseo y que la gente vea las obras que puede comprar en su establecimiento es sumamente original. ¿Lleva haciéndolo mucho tiempo?

—¿De qué libro me habla, si se lo puedo preguntar?

Yo no sabía ni el título ni el autor.

—Bueno —dijo él—, ya sé que una vez me retrataron en una novela.

—Me parece recordar que no fue más que una aparición fugaz —repliqué yo—, una especie de esbozo, si no me equivoco…

—Vendí muchos ejemplares de ese libro —comentó él—, pero seguro que usted no me compró ninguno.

—¡¿Cómo puede estar tan seguro?! —exclamé yo.

—Está claro —dijo él—. Un librero maneja miles de títulos y ve la cantidad de libros que todos los otoños, después de la feria de Fráncfort, se hunden y desaparecen. Conoce las leyes que rigen el mercado literario y opera según esas leyes, en todos los sentidos. Cuando oye que un editor quiere sacar una nueva novela a un precio de doscientos veinte chelines, sabe de antemano que será un fiasco, que no llegará a vender ni la primera tirada. Cuando sucede lo contrario, el librero se siente contento, no sólo por haber vendido los libros, sino, para decirlo en pocas palabras, porque tiene una evidencia de que su oficio roza a veces el ámbito de lo sobrenatural. Esto lo capacita para salir de las páginas de un libro, siempre y cuando se den determinadas circunstancias. He aquí la razón por la que usted y yo estamos hablando, aunque usted no me haya comprado el libro… También comprendo que nunca compraría en mi librería una obra que usted mismo ha escrito. Le resulta más económico adquirirla a través de su editor.

—Mi querido doctor —le dije entonces—, a partir de ahora me pasaré con más frecuencia por su librería y le garantizo que en mi próxima obra aparecerá perfectamente descrito… y no como un breve esbozo.