EL TALENTO ENTERRADO

El párroco le contó a la señora Lehner que un profesor de la Academia de Música de Múnich había venido a hablar con él, porque le había llamado la atención la extraordinaria voz que tenía su hija mayor (la muchacha cantaba en el coro de la iglesia). Aquel entendido estaba seguro de que la muchacha tenía un gran futuro como cantante de ópera. La respuesta de la señora Lehner fue tajante:

—Mi hijita no se convertirá en una titiritera.

No hubo más discusión. Más adelante, su hijita se casó con un hombre de unas cualidades excepcionales. Siempre había obtenido las máximas calificaciones en todos los exámenes del Instituto de Formación del Profesorado y estaba claro que lo reclamarían en Múnich y, andando el tiempo, tal vez en el propio Ministerio de Educación. Todos apostaban por él. Su mujer, sin embargo, lo veía de otra forma. No le había resultado fácil tener que renunciar a la espléndida carrera que le auguraban en el mundo de la música, pero lo había conseguido. Ahora era el momento de trasladarle a su marido todo lo que había ganado con aquella decisión, voluntaria o no. Poco a poco, el hombre empezó a ver él éxito no como algo atractivo, tentador, sino como algo que tenía que dejar de lado para poder seguir con su vida. Se enteró de que habían convocado un puesto de profesor en Kirchdorf Weihmichl, lo solicitó y consiguió la plaza. Los sustanciosos asados de aquella comarca rural (el de ganso era verdaderamente épico, los huesecillos del ave volaban en los banquetes) hicieron que fueran ganando peso. Sin embargo, su gordura no les impedía subirse a sus bicicletas cada sábado y dar un paseo hasta Freising. Una vez allí, entraban en la Weissbräuhaus, una de las tabernas más conocidas, y pasaban la tarde comiendo y bebiendo. Los esposos eran la alegría de sus compañeros de mesa, pues no les faltaba gracia, bondad ni dulzura. Con el paso de los años su lengua se había ido hundiendo en un primitivismo campesino cada vez más profundo. La pareja volvía a su casa por la noche. La carretera de Weihmichl no solía tener mucho tráfico y, a aquellas horas, aún menos, de modo que, aunque fueran dando tumbos y haciendo eses con sus bicicletas, no había ningún peligro, siempre llegarían a casa sin novedad. Después de cerrar la puerta, se iban directos a la cama y no tardaban en quedarse dormidos. Descansaban a gusto, roncando ligeramente, sobre sus dos talentos enterrados. ¡Hicieron bien! En lo más profundo de nuestro ser, todos sabemos que la mayoría de los que llegan a ser algo en la vida se convierten en seres odiosos. Es así, no le demos más vueltas.